El Arrebato

Periodismo desde las Entrañas

Un socavón de 50 años

Por Hugo Pérez Torrejón

800px Patio 29 Chile

Un día de lluvia cualquiera, en este nuevo mundo donde las inundaciones se tomarán la agenda noticiosa en invierno y el calor extremo con los incendios harán lo propio en verano, un agujero gigante, en un incomprobable lugar para vivir en Reñaca, se abrió paso entre las imágenes que adornaban el día. Apenas supe que a los residentes del edificio Kandinsky les habían dicho que no podían habitar el lugar entre 6 a 9 meses, supe que no volverían al lugar. Aunque algunos nihilistas les cueste aceptarlo, no se puede habitar ni vivir sobre la nada.

En ese mismo tiempo, fui a ver “La Memoria Infinita” al Teatro Condell de Valparaíso. Los ojos de amor con que Augusto Góngora miraba a Paulina Urrutia son un baño para el alma. Cómo podía ser, me preguntaba, que un cerebro caótico, senil y atolondrado, al que se le estaban borrando sus recuerdos, acudiera para llenar el vacío, a lo más prístino que sintió en su vida: el amor por la persona que lo estaba cuidando. También se acordó del periodista José “Pepe” Carrasco. Y cómo no, si eran amigos y colegas. Asistió a su velorio y funeral para reportear, como era rutina en esos años, una muerte provocada por el horror de la dictadura de Pinochet. En las imágenes, se puede ver, al lado de la viuda de Pepe Carrasco, a un joven y rubio Fernando Paulsen, que escribió una canción para Góngora cuando falleció recientemente.

La Historia pareciera funcionar de maneras caprichosas y maravillosas. Yo soy de los que tiende a pensar que está compuesta de leyes o, mejor dicho, en lo cíclico del tiempo, siempre se vuelve a las heridas que uno no cerró. En el caso de la película, estaba prevista a lanzarse hace tres años. De hecho, por la pandemia, ni siquiera sería realizada. Para más remate, Paulina Urrutia no quería que se filmara, pero ocurrió por insistencia de Góngora. Y aquí estamos: éxito de taquilla en vísperas de la conmemoración de los 50 años del golpe de Estado. Por otro lado, cuando son las 1 de la mañana del lunes 11 de septiembre de 2023, en medio de una copiosa lluvia, el edificio Kandinsky de Reñaca está a punto de derrumbarse por estar construido sobre la nada. Ambos son hechos de memoria porfiada.

A 50 años del golpe de Estado, es evidente el retroceso político, histórico, social y -por sobre todo- civilizatorio respecto a lo ocurrido. Unos apuntan a las causas, que pueden ser millones y perfectamente discutibles, otros a la correlación “hay Pinochet, porque hubo Allende”. Mientras, los más duros, alegrándose de por fin poder hacer un acto de onanismo público con la foto de Pinochet, la justifican y celebran. Pero ninguno de ellos va a lo que provocó el golpe de Estado y los inseparables 17 años de dictadura en la sociedad chilena.

Dario Quiroga UCM 3

El golpe de Estado es un socavón sobre el que se refundó el país. Habitamos la nada, porque nunca hemos podido llenar ese agujero con una verdad éticamente clara. A 50 años, si no hay una distinción bien delimitada del mal, no existe un futuro de paz posible. En ese sentido, la discusión sobre las causas también es estéril, porque nada justifica lo que ocurrió desde el momento mismo en que se derrocó un gobierno democrático y se instaló el terrorismo de Estado. Jamás encontraremos una razón justa que explique la violación sistemática de los Derechos Humanos.

Personalmente, siempre creí que los 50 años serían el momento preciso para decir toda la verdad. Pero, parece ser que, medio siglo después, al no estar el golpe y su inseparable dictadura tachados y descritos ética y explícitamente como “el mal”, recién debemos comenzar a prepararnos para lo mínimo, pero que nunca se ha hecho: establecer que la diferencia, el disenso y el conflicto no se apagan mediante un bombardeo.

Ese es el daño profundo del golpe, cuando aparece en forma de socavón en medio de una tertulia donde hay dos personas con opiniones disímiles y un tercero llena de vino ambos vasos o pone la música más fuerte. Nadie quiere hablar genuinamente el tema. Nadie sabe cómo procesar el conflicto. El socavón amenaza con derrumbar un cumpleaños o una junta piola, pero ¿Cómo es posible que no se opine de algo que marcó, como mínimo, dos generaciones completas de personas? Eso solo ocurre cuando no existe un límite ético delimitado.

Por eso, el uso de la memoria es necesario. A Paulina Urrutia y Augusto Góngora les hizo más llevadera la vida. En nuestro caso, nos podría salvar de una debacle mayor, porque si seguimos tolerando a gente que piensa que los abusos sexuales cometidos por agentes del Estado en dictadura, forman parte de la “leyenda urbana”, estamos fomentando nuestra autodestrucción. Tal como se dijo en la película argentina 1985: “el sadismo no es una posición política”. Para quienes habitan la nada y les sirve la amnesia, el socavón -tarde o temprano- les pasará la cuenta. Hoy, mañana, pasado, o dentro de otros 50 años.

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