Gaza: y el Verbo se hizo ceniza
Por Diego Verdejo Cariaga
Sociólogo, Magíster en Análisis Sistémico y candidato a doctor en Ciencias Sociales

Han pasado dos años desde que el mundo volvió a pronunciar la palabra Gaza con horror. Dos años desde que las pantallas transmitieron en directo la destrucción de un pueblo, y aún así seguimos discutiendo si corresponde llamar genocidio a lo que claramente lo es. Pero esta tragedia no nació en 2023: es el resultado prolongado de un proyecto histórico que convirtió la promesa en frontera y la memoria en despojo. Gaza no es una anomalía; es el espejo donde la civilización moderna contempla su propio rostro y descubre que su lógica más profunda no es la justicia, sino la administración de la muerte
I. Bereshit — En el principio fue la expulsión
Se dice que todo comenzó en octubre de 2023, pero eso es una mentira conveniente. El horror no empezó entonces: simplemente cambió de forma, se reconfiguró para adaptarse a la sensibilidad contemporánea. La Nakba fue el verdadero Génesis de esta historia escrita con fuego, el punto de partida de un proceso de despojo que nunca se detuvo. Desde aquel momento, el llamado “pueblo elegido” asumió el papel de colonizador, y la promesa se transformó en frontera. El desierto ya no se atraviesa como símbolo de esperanza, sino que se administra como una zona de control. La tierra prometida se convirtió en un mapa de vigilancia, una cartografía de la muerte cuidadosamente planificada. El genocidio contemporáneo no cae del cielo ni obedece a un arrebato de fanatismo: brota del cálculo, de la eficiencia racional con que se gestiona el exterminio. Es una arquitectura burocrática donde cada bomba tiene su firma, cada cadáver su estadística y cada ruina su justificación moral. No se trata de odio irracional ni de religión: se trata de gestión, de la administración meticulosa del sufrimiento como política de Estado.
II. Leviticus — La santificación del exterminio
Nada de lo que ocurre en Gaza puede entenderse como un accidente. El hambre, la falta de agua, las mutilaciones, los cuerpos enterrados bajo el hormigón: todo obedece a una lógica meticulosa que combina tecnología, religión y cálculo. Los viejos rituales de purificación se han transformado en discursos de seguridad. El sacrificio, antaño oficiado por sacerdotes, hoy se ejecuta desde una pantalla. Las bombas, los drones, los bloqueos y los cortes de suministros no son gestos desesperados, sino ritos de una teología invertida que santifica la violencia. La moral se reconfigura como un dispositivo de exterminio, y la razón moderna encuentra su continuidad en la devastación. El siglo XXI no abolió los sacrificios humanos: los automatizó. Gaza es la ofrenda ritual de un mundo que necesita destrucción para reafirmar su propia pureza.
III. Deuteronomio — La ley como arma
Mientras Gaza arde, el mundo repite el mismo libreto: comunicados diplomáticos, condenas ambiguas, apelaciones a la proporcionalidad. Se invoca la ley para cubrir el crimen, no para impedirlo. El derecho internacional se ha convertido en un lenguaje de administración, un sistema que cuantifica el daño pero jamás interrumpe su producción. Como los antiguos reyes que citaban a Dios para justificar sus conquistas, hoy los Estados apelan a las normas para legitimar la barbarie. La ley, en su forma moderna, no protege: clasifica. No resguarda: ordena el sufrimiento. Cada resolución, cada veto, cada silencio institucional opera como un dispositivo de mantenimiento del poder. La neutralidad se transformó en la máscara más eficaz de la complicidad. Los organismos internacionales hablan para no decir; actúan para no interferir. En este contexto, el derecho deja de ser una herramienta de justicia para convertirse en una tecnología de legitimación del horror.
IV. Eclesiastés — Todo está podrido bajo el sol
El genocidio no es un accidente histórico ni una aberración moral: es una revelación. Muestra que la razón moderna, esa que prometió libertad y derechos, ha alcanzado su punto de colapso. El humanismo, que alguna vez pretendió ser una ética, se ha vuelto un dispositivo de simulación. Las naciones que hablan de paz financian la guerra; las que promueven derechos exportan armas; las que defienden la justicia sostienen el bloqueo. “Nada hay nuevo bajo el sol”, decía el Eclesiastés; pero hoy lo que hay bajo el sol es una maquinaria que produce muerte con precisión tecnológica. El crimen ya no interrumpe el orden: lo sostiene. La barbarie se ha vuelto funcional. El sistema necesita destrucción para seguir respirando, y el dolor de Gaza alimenta la economía de la indiferencia global. Bajo la luz de este sol, todo está podrido, incluso la esperanza.
V. Lamentaciones — La memoria como herejía
Dos años después, Gaza sigue hablando con la voz del polvo. Entre ruinas y escombros, los sobrevivientes se aferran al único acto que el poder no puede controlar: recordar. La memoria, en un mundo que exige olvido, se convierte en una forma de insurrección. No es un gesto melancólico, sino una amenaza. Recordar es negarse a la neutralidad, es mantener abierta la herida que el orden global quiere suturar con cinismo. Cada nombre dicho, cada historia recuperada, cada imagen que resiste a la propaganda oficial interrumpe el algoritmo del silencio. La memoria no sana: incendia. Es el modo en que los muertos siguen hablando y los vivos impiden que el crimen se convierta en paisaje. En tiempos donde todo se mide, archiva y borra, recordar es un acto radical de humanidad.
Epílogo — Apocalipsis del presente
Este no es un texto de duelo, sino de juicio. El apocalipsis no está por venir: ya ocurrió. No se trata de una revelación futura, sino de una evidencia visible que nadie quiere mirar. Gaza no es un escenario del fin del mundo, es la demostración de que el mundo ya terminó. La historia no avanza, se descompone. Y sin embargo, entre los escombros, aún hay quienes respiran, quienes nombran, quienes se niegan a olvidar. Mientras exista una palabra que diga “Gaza”, mientras quede alguien que no acepte el silencio, habrá una fisura abierta en el dominio del poder. Nombrar, resistir, recordar: he ahí la última forma de lo humano.
Nota del autor: Los subtítulos de esta columna remiten a libros del Antiguo Testamento, utilizados aquí ironicamente. Si la Biblia narra la fundación del mundo a partir de la palabra divina, esta columna describe su degradación bajo el peso de la razón moderna. En lugar de revelación, hay administración; en lugar de creación, cálculo; en lugar de justicia, gestión del exterminio.