[LECTURAS] A esos no les tiembla la mano al disparar: “Estaba la pájara pinta sentada en el verde limón” de Albalucía Ángel
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Por Uriel González desde México
A esos no les tiembla la mano al disparar: “Estaba la pájara pinta sentada en el verde limón” de Albalucía Ángel.
El tiempo pasa como una clepsidra, gota a gota, y Ana mira las sombras del techo. Mira que el 09 de abril de 1948 asesinarán a Jorge Gaitán, al caudillo del pueblo, mira que después de la muerte se viene La Violencia. Ella lo mira porque ese mismo día se le caerá un diente, y por órdenes de Sabina lo pondrá debajo de la almohada para que el ratón Pérez le traiga 50 centavos.
Mira que en minutos, toda la gente rodeará todo un espacio, nunca tan delimitado: unos traen banderas rojas y otros machetes. Mira que aparecerán los soldados, esos tardan lo que quieran, pero ese día llegarán pronto, con bayonetas, que apuntarán a las entrañas, rojas de rabia y calientes porque aún tienen vida.
Mira que obedece a Sabina y el ratón Pérez aprecia la obediencia, le dejará los 50 centavos debajo de su cabeza dormida. Pero Ana no cuenta con que el Ratón puede atrasarse un poco por cosas ajenas a su tiempo mágico. Sí, porque él no cuenta con que Ana andará corriendo, agarrada de las manos de sus amigas, para alcanzar su casa; es que ella presiente algo. La gente rompe vidrios de tiendas y los soldados comienzan a disparar.
Ana mira que la esposa del presidente al escuchar de la muerte de Gaitán dirá: ¡esto se prende! No, no solo se prende, esto se arde, se dirá, mirando al techo muchos años después de que los soldados atravesaran con sus filos la historia de la selva, el asfalto y el mar.
Ana mira las sombras del techo y se encuentra con que su país lleva mucho tiempo cayéndose. Mira que la arena ya no es fina, ya es lodo, porque se mezcló con el agua negra que resulta del charco infinito de las lágrimas, el sudor y la sangre.
EL ACONTECIMIENTO DETRÁS DE LA NOVELA
Como a Elena Garro recuperándose de una mielitis en Berna le surgió Los recuerdos del porvenir; a Albalucía Ángel, un asalto donde casi pierde la vida, le inspiró la nostalgia necesaria para Estaba la pájara pinta sentada en un verde limón.
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Un asalto donde el objetivo era su coche, pero terminó en su cabeza y columna vertebral, casi destrozadas. Un asalto que la hizo caer en un túnel blanco donde vio unos seres muy hermosos en un centro de luz, una mujer y dos hombres de barba blanca, y escuchar que desde un rincón la mujer dice: “¡Hay que ayudarla!”. Pero ellos le responden: “No puedes, el cuerpo está físicamente destruido”. En ese túnel blanco, los seres de luz se preguntan, frente al espíritu convaleciente de Ángel, cómo es que van a perder un cuerpo de 33 años.
Albalucía Ángel describe este encuentro con lo desconocido como sincronía divina: porque le recordaron quién era y por qué.
La luz terminaría por desaparecer y ella por volver. Fue en esas figuras de luz que descubrió a Sri Aurobindo, un hombre que inició una batalla guerrillera en la India de Gandhi. La luz se iría y Albalucía Ángel sabría que ese hombre era su padre espiritual.
Esta vivencia, aparte de que funcionara para que Albalucía Ángel se encontrara con su ser espiritual, también serviría para escribir una de las novelas fundacionales del realismo mágico en Latinoamérica; misma que fue aplastada por el movimiento mercadológico del Boom Latinoamericano.
Porque eso es esta novela: una experiencia metafísica, sumamente sangrienta y visceral, pero espiritual, en partes iguales. Un constante atravesar de espejos, vislumbrarlos sin quebrarlos porque la voz de las múltiples Ana nos sabrá guiar a través del escape de 4 mil presos de cárceles que apenas vieron el Palacio de Justicia, sintieron que ahí de justicia nada, lo quemaron.
LOS ESPÍRITUS DE UNA DICTADURA
Porque Ana es un fantasma y pronto también lo serán todos los revólveres, todas las macanas, todas las velitas puestas a la Inmaculada, todos los heridos, todas las balas, toda la orina y la sangre que terminan siendo la voz alquitranada de las entrañas.
Porque el abedul es el árbol más cercano a Dios y por eso hay que silabarlo, sentirlo, tragarlo, no mascarlo, no, dejarlo, porque es ideal para alejar el lento e idéntico pasar del tiempo. Ana lo sabe, sabe que el abedul es movimiento, la vida de las cosas. Lo sabe, como su padre sabe: que la primera pila de cadáveres es incinerada a las 8:00pm.
Sabe que los cadáveres no son lo único que arde en la ciudad, porque ella entera está en el centro de las llamas. Su madre no quiere ni que se asome por la ventana porque la aflige que la niña vea a los tanques aplastando a los cuerpos aún calientes de vida; las órdenes de los meros meros disparando a los que no estén en el bando seguro. Las órdenes sin ecos del gatillo que sabe ser jalado, pero tiembla, como si ese del frente fuera su primer muerto.
Ana ve de reojo las cartas que llegan a su casa durante los toques de queda. En todas falta el arroz; las clases, porque las han suspendido; el esposo y el hijo chiquito de la vecina, porque los desaparecieron y los mataron. Falta el tiempo, porque el toque de queda quedó impuesto a las 4:00pm. Falta la gente en la calle, porque ahora toda está llena de jeeps cargados de soldados, tantos, que parecen chiquititos, como de plomo, de juguete. Faltan las noticias, porque El Tiempo, El Siglo, La Prensa y El Diario del Pacífico fueron destruidos y solo queda El Diario.
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Faltan las ganas de vivir. sólo queda el escape, y la gente originaria tiene que hacerlo antes de que bandidos y policías por igual atenten contra sus vidas, interpuestas para proteger la tierra en la que nacieron, la tierra que les da de comer. Los sobrevivientes están cansados de caminar, de creer. Sus píes y sus pantalones están desgarrados y no saben a dónde más ir.
La narratividad de Estaba la pájara pinta sentada en un verde limón, no da tregua, en ciertos capítulos no habrá signos de puntuación ni signos de espacio, porque todo se convierte en una plática. Alguien nos habla desde arriba, desde abajo, de la izquierda y de la derecha- Todos hablan y de pronto el libro se convierte en una spirit box donde Ana es la médium; donde sus recuerdos de la infancia son igual de desordenados que la memoria adulta; donde las fases de la luna, las plantas y los animales se tornan extrañas leyendas cuando cae la noche, cuando todo se hace negro; donde el ser se hermana con sus múltiples existencias, donde se desplaza porque hay otra vida que parece más importante que la que nos está contando.
Ana, la de las muchas voces, será quien nos agarre del brazo y nos apriete cada que la cosa se ponga fea. Ana será la culpable de que después de terminar el libro, nuestro brazo esté todo amoratado y sangrado. Tendremos que disculparla, es médium y acaba de contar una historia inacabable, la de las tumbas y los muertos vivientes.
REFERENCIAS
Ángel, Albalucía. (1975). Estaba la pájara pinta sentada en un verde limón. Alfaguara.
Botero, M.L. (2016). Albalucía Ángel en sus propias palabras. Estudios de literatura colombiana 38, pp. 199-205. DOI: 10.17533/udea.elc.n38a10