El Arrebato

Periodismo desde las Entrañas

Milei no ganó por odio: ganó porque lo dejamos ganar

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©Silvina Ojeda

Por Silvina Ojeda, fotoperiodista argentina

El nuevo triunfo electoral de La Libertad Avanza en Argentina no debería sorprender. Persistir en el desconcierto implica no haber entendido aún el mensaje que millones de electores vienen enviando hace años: no se trata de odio ni de ignorancia política, sino de hartazgo acumulado. El voto no expresa enemistad social, expresa abandono. Es la respuesta de quienes no fueron escuchados por una dirigencia desconectada de la vida real.

Amplios sectores de la sociedad quedaron al margen del debate público. La pobreza dejó de ser noticia, las desigualdades se naturalizaron y la supervivencia económica se volvió rutina. Mientras tanto, gran parte de la política tradicional se refugió en eslóganes reciclados y gestualidad televisiva. Se dejó de caminar el territorio y se perdió el vínculo con el pueblo. Y cuando la representación se rompe, el voto deja de ser adhesión y se convierte en advertencia.

La distancia entre dirigencia y ciudadanía también quedó expuesta en la calle. Incluso cuando se avanzó sobre derechos básicos —discapacidad, jubilados, educación pública, salarios, cultura— no hubo movilizaciones masivas. Siempre fueron los mismos sectores los que sostuvieron el cuerpo de la protesta. ¿Por qué la mayoría eligió no participar? La respuesta es incómoda: descreimiento. Para muchos, salir a la calle ya no representa esperanza de cambio, sino desgaste sin resultados.

El sindicalismo, históricamente identificado con la defensa de los trabajadores, tampoco logró sostener su legitimidad. Crece la percepción social de que muchas cúpulas sindicales están más atentas a negociar con el poder político que a defender a las bases. Esa ruptura alimentó un sentido común que se volvió irreversible: la idea de que el sistema defiende privilegios antes que derechos.

En ese contexto, Javier Milei no irrumpió como un fenómeno aislado. Fue consecuencia de la crisis de representación. Supo canalizar el enojo social y verbalizar la violencia con violencia donde hay un 40% que se siente representado. Su discurso contra “la casta” conectó con una sospecha instalada hace tiempo: la política se vació de ética. El reciente escándalo conocido como Narcogate, donde quedó expuesto su candidato José Luis Espert, reveló vínculos entre referentes políticos y estructuras del narcotráfico en distintas provincias. Nadie quiso hablar demasiado del tema. Y cuando señala privilegios o corrupción, millones sienten que, aunque grite, aunque provoque, está diciendo algo que la política tradicional dejó pudrir en silencio.

Por eso, más que sorprender, su consolidación obliga a una autocrítica profunda: Milei no ganó porque instaló algo nuevo. Ganó porque dijo lo que ya estaba instalado en la calle y nadie quería escuchar. Se está transformando —guste o no— en un líder político con capacidad de influencia real. La política lo subestimó porque subestimó al pueblo antes.

Argentina es un país cíclico. De cada crisis nace una nueva configuración política. Y mientras los partidos tradicionales siguen discutiendo nombres, el sentido histórico se está definiendo en otro lugar: en quién se anima a disputar el futuro. Las nuevas generaciones no están ausentes; están buscando otras formas de organización. Aparecen en fábricas recuperadas, centros culturales, espacios territoriales y agrupaciones que aún apuestan por la justicia social, incluso desde corrientes como el trotskismo que siguen sosteniendo la palabra utopía como acto de rebeldía.

En ese sentido, la recomposición democrática no se logrará insultando votantes ni negando realidades. Tampoco idealizando un pasado que ya no vuelve. La estrategia no puede ser moralizar al pueblo: hay que disputar políticamente su confianza.

Para eso, el paso inicial es asumirlo: no alcanza con indignarse, hay que disputar. Disputar territorio, sentidos culturales, economía y derechos. Amigarse con el enemigo no significa rendición: significa entender cómo piensa, cómo avanza y por qué convence. Porque no se puede enfrentar aquello que no se comprende.

La pregunta, entonces, ya no es qué hizo Milei para ganar. La pregunta es qué vamos a hacer nosotros para no perder definitivamente el derecho a imaginar otro país. Porque la batalla que viene no es electoral: es cultural, política y moral. Y recién empieza.

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