Las Poquianchis: la red de horror que marcó a México y ahora inspira la serie Las Muertas

El caso no solo revela la brutalidad de una red criminal, sino también cómo la combinación de silencio institucional, corrupción y cobertura mediática parcial puede perpetuar la explotación y la violencia.
Por Silvina Ojeda, fotoperiodista (@ojos.de.ojeda)
UNA DÉCADA Y MEDIA DE EXPLOTACIÓN SISTEMÁTICA
Entre 1945 y 1964, cuatro hermanas mexicanas —Delfina, María del Carmen, María Luisa y María de Jesús González Valenzuela— lideraron una de las redes de prostitución, trata de personas y asesinatos más infames de México. Conocidas como Las Poquianchis, operaban en burdeles de Jalisco y Guanajuato, donde reclutaban a jóvenes, muchas de apenas 14 o 15 años, provenientes de pueblos pobres del Bajío. Las prometían trabajo respetable como sirvientas o meseras, pero al llegar a sus burdeles eran sometidas a un sistema de violencia física, sexual y psicológica.
Las mujeres quedaban atrapadas en un ciclo de deudas: se les cobraban los gastos por vivienda, comida y ropa, asegurando que no pudieran escapar. Aquellas que “dejaban de ser útiles” para la red —por enfermedad, edad o rechazo de los clientes— eran asesinadas. En varios casos se practicaban abortos clandestinos, y los bebés nacidos en los burdeles eran desaparecidos. Las propiedades de las hermanas se convirtieron en cementerios improvisados, y muchos cuerpos nunca fueron identificados. Se estima que hubo al menos 90 víctimas, aunque la cifra real podría ser mucho mayor.

La red detrás de la red
La operación de Las Poquianchis era compleja y estaba sostenida por múltiples cómplices: exmilitares, choferes, capataces y mujeres que ayudaban a controlar a las novatas. Cada detalle estaba pensado para mantener la obediencia de las jóvenes: la rutina, la alimentación, la vigilancia constante y la intimidación psicológica. Algunas mujeres eran forzadas a “presentarse” ante clientes o a trabajar en distintos burdeles, mientras otras recibían amenazas directas si intentaban escapar. La red funcionaba como una maquinaria de explotación perfectamente organizada, con una jerarquía interna que aseguraba el control total sobre la vida de las víctimas.
LA PRENSA Y LA IMPUNIDAD
Durante años, la prensa de la época ofreció cobertura sensacionalista, centrada en los escándalos y la figura de las hermanas, sin abordar el sufrimiento de las víctimas ni la magnitud de los crímenes. Los archivos policiales y las investigaciones oficiales estaban incompletos o manipulados, y en muchos casos los funcionarios locales ignoraron o encubrieron las denuncias. Esta combinación de silencio institucional, corrupción y cobertura mediática parcial permitió que la red operara con impunidad durante casi dos décadas.


LA CAÍDA DE LAS POQUIANCHIS
El fin de la red comenzó en 1964, cuando una de las jóvenes logró escapar y denunciar los hechos. La policía detuvo a Delfina y María de Jesús; semanas después se entregó María Luisa, mientras que María del Carmen había fallecido. Las condenas fueron contundentes para la época: Delfina y María de Jesús recibieron 40 años de prisión, y María Luisa fue condenada a 27 años.
El caso evidenció la corrupción de autoridades locales y la falta de mecanismos efectivos para proteger a las víctimas, revelando la magnitud del abuso sistemático y cómo un entramado de complicidad permitió que las hermanas operaran sin freno.

LA INFLUENCIA CULTURAL
La historia de Las Poquianchis inspiró la novela Las Muertas de Jorge Ibargüengoitia, que transformó los hechos reales en un relato literario combinando horror y sátira. Más recientemente, la historia llegó a Netflix a través de una serie dirigida por Luis Estrada. La producción reduce el número de hermanas a personajes ficticios —las Baladro—, pero mantiene la esencia de los crímenes y destaca la crítica a la violencia, explotación y complicidad institucional.
El caso de Las Poquianchis sigue siendo relevante hoy: no solo revela la brutalidad de una red criminal, sino también cómo la combinación de silencio institucional, corrupción y cobertura mediática parcial puede perpetuar la explotación y la violencia. Para periodistas, historiadores y autoridades, la historia sirve como advertencia sobre la necesidad de sistemas judiciales eficaces y de un periodismo crítico capaz de visibilizar las injusticias y proteger a las víctimas.