El Arrebato

Periodismo desde las Entrañas

Argentina: 15 jubilados, 200 milicos

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Una crónica desde las calles de Buenos Aires donde un grupo de pensionados se enfrentaron a un operativo desproporcionado de policías. La escena, atravesada por la vigilancia, la represión y la indiferencia, retrata con crudeza la cultura del descarte en la Argentina actual.

Por Silvina Ojeda, fotoperiodista argentina

Amanezco temprano. Me acosté pensando que no quería quedarme dormida para mi vuelo a Buenos Aires. Agarro el celular, lo primero que toco ni bien despierto, para ver la hora. Son las 5.30 AM. Me entra una notificación: “Falleció el Papa Francisco”.Escucho la lluvia afuera. Me digo: “La puta madre, lo que nos faltaba. El último hombre que hablaba de justicia social, siendo líder mundial, se muere. Más avance para la derecha, sobre todo en Argentina”.

No soy católica, pero sí creo que hubo personas que me acercaron a esa fe, como mi amigo el Padre Pancho, un curita villero que vive en el Alto Valle patagónico, a quien conocí cubriendo el femicidio de Otoño Uriarte, un caso que esperó más de 18 años para tener verdad y memoria porque justicia seria que Otoño esté entre nosotros.

Me ducho. Antes, les mando mensajes a mi amiga Parrita (que ya estaba en el diario laburando) con la noticia del Papa. Me faltaba terminar la valija. Meto un par de cosas más y los afiches de Luciana Muñoz, una piba desaparecida hace diez meses en Neuquén. No hay búsqueda alguna. Llamo a mi amiga tachera. Sigue lloviendo. Tomo tres mates. Preparo mi cámara. Lista para embarcar.

Es la primera vez que viajo a Buenos Aires con miedo. Creo que por todo lo que veía en la tele sobre la marcha de jubilados. Mi cabeza solo pensaba en registrar ese miércoles y acompañarlos. Con la noticia de la muerte del Papa pensé que se iba a suspender, pero no: siguieron su mensaje, “Hagan lío”. Mi ingenuidad me hizo pensar que quizás el gobierno no mandaría a todas esas “tortugas ninjas” disfrazadas con cachiporras, ni a los uniformados vestidos de azul. Pero no. A este gobierno no lo conmueve nada.

Al llegar a Buenos Aires me cobijó mi familia del corazón. En un ambiente tan hostil como el que se respira en Capital, preferí estar rodeada de amor. Me prepararon una máscara antigas. No lo podía creer. Dije, entre risas y medio cagada hasta las patas: “No creo que la necesite”. Me la probé, me la ajustaron para que no se me cayera. También pensé en usar ropa ajustada (yo que siempre uso suelto), porque si me agarra la yuta es más difícil agarrarme, pensé. En cambio, con ropa suelta te levantan de revoleo.

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Llegó el miércoles 23 de abril. Me quedé en la cama hasta tarde, medio que me hacía la boluda. Entonces mi hijo me manda un WhatsApp:

[23/4 13:07] Tommy: ¿Cómo te sentís?

[23/4 13:07] Silvina Ojeda: ¿Por?

[23/4 13:08] Silvina Ojeda: ¿Qué presentís?

[23/4 13:08] Silvina Ojeda: Pero decilo, eh

[23/4 13:11] Tommy: Je. Me da cosa que te pase algo. Igual sé que vas preparada, así que eso me deja tranqui.

[23/4 13:12] Silvina Ojeda: Te amo mucho, mucho.

[23/4 13:12] Silvina Ojeda: Donde se arme, me cuido.

[23/4 13:14] Tommy: Porfi. Te amo, vieja.

Ese mensaje me enfocó. Me recordó para qué estaba ahí. Tomé el subte. Miraba el piso y un cartel que decía: “Hola, usted está siendo monitoreado”. Subí. Vacío. Línea B. Me tenía que bajar en Callao. Un pibe frente a mí llevaba una remera de Maradona. Me sonríe. Le sonrío. Si tiene una remera del Diego, está todo bien, pensé. Colgaba de mi riñonera la máscara antigas. El pibe me vuelve a mirar y me dice:

—¿Sos fotógrafa?
Ya que me vio el bolso colgado.
—Sí —le digo.
—Cuidate, flaca, porque ahí te cagan a palos. Ya llegó la Federal.

Me empezaron a llegar mensajes de mis colegas, mis amigas, mi gente: “Cuidate”, “Te amo”. “Mierda” . Todo esto parecía ir a la guerra. Ese día no quise comer. Solo tomé dos sorbos gigantes de un cortado que me preparó mi amiga Romina.

Llegué un poco tarde, mi dislexia y mi pésimo sentido de la orientación me jugaron una mala pasada. Estaba cagada de calor. En la esquina del Congreso, lleno de milicos. Me chupo entre dos, les digo que soy prensa. Me clavé la máscara. No quería que me vean la cara entera. Me abren paso. Me pareció raro. Por eso digo que me chupo.  Conté a los jubilados: como mucho, 15. Sí, 15 viejos con carteles hechos a mano, reclamando un aumento.

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El salario de un jubilado en Argentina es de 300 mil pesos. Para no ser pobre, la canasta básica familiar está en 1 millón 200 mil. ¿Por qué tanta policía? ¿Por qué tanto montaje? Conté fácil: 200 milicos para 15 viejos. ¿A qué le tiene miedo el gobierno de Javier Milei? ¿Qué les da tanto pánico?

Palos. Gases. Represión en la vuelta del Congreso. Ni me atreví a sacar fotos. Solo filmé. No podía creer lo que veía. Abracé a un señor con cartel. Le dije que agache la cabeza y lo cubrí con mi camisa de jean que tenía colgada en la cintura. Los viejos tienen una resistencia intachable, dicen que la naturaleza es sabia y el paso del tiempo los transforma en maestros de la vida. Se quedaron juntos y luego marcharon hacia Plaza de Mayo. Me hicieron sentir segura. La resistencia es, muchas veces, un lugar más seguro. En la organización de la marcha llegaron más milicos. Vestidos de marrón, corrían como patos atolondrados. Claro, como su jefa, la Pato Bullrich. Los viejos les gritaban:

—¡Corran, gorditos! ¡No les da vergüenza cagarnos a palos! ¡Corran, que para eso les pagan!

Había risas. Resistencias compartidas. Se alistaron los grupos de izquierda delante de todos. Los únicos que vi. De los que tanto nos quejamos, pero ahí estaban, acompañando. No vi a ningún dirigente peronista, ni macrista, ni radical (si existen, son la derecha con distinto perfume). Nadie.

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Milicos en hilera siguiendo la manifestación, drones que te volaban por la cabeza, ¿qué mierda es esto? Milicos que sacan fotos a manifestantes y fotoperiodistas. Todo parecía una película de ciencia ficción. ¿Cómo mierda se puede naturalizar esta cibervigilancia? ¿Qué mierda pasó, Buenos Aires? ¿En qué momento te anestesiaron tanto?.

Cantos de los viejos, aplausos, gente mirando a los costados. Algunos aplauden, otros se ríen. ¿Reírse de qué? Todos vamos a llegar a viejos. Llegamos a Plaza de Mayo, todo vallado. Al frente, la Catedral con velas prendidas despidiendo al Papa Francisco. Me encuentro con Juan Pablo Barrientos, un fotógrafo que registra todo maravillosamente bien. Me presenta a otra colega. Le digo:
—¿Por qué tan poca gente? ¿Qué mierda pasa?
Me dice:
—Hoy hay gente, Silvi. A veces somos más fotógrafos que personas acompañando a los viejos.

Qué angustia, la puta madre

Me acuerdo de las palabras del Papa Francisco cuando, a la vuelta, buscaba una explicación de todo lo que vi y me dejó atónita. El Papa hablaba de la globalización y de la cultura del descarte que traía como consecuencia. La cultura del descarte en mi país es ser viejo y que te caguen a palos. Es hablar más con una pantalla y naturalizar la cibervigilancia. Son los fotógrafos y periodistas que ponen el cuerpo para registrar la realidad, el espíritu de Pablo Grillo estaba ahí entre nosotros, ya que nunca le van apagar sus ojos. Es un país donde, en menos de una calle, con solo mirar la vereda, se respira la indiferencia. Donde la pantalla se llena de selfies vacías, (donde todos se sienten influencers), mientras gasean a un viejo a pocos metros. ¿Y seguís mirando la pantalla sonriendo a quién?

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La cultura del descarte es la clase obrera en mi país. Porque al gobierno que votaron le molesta la pobreza. Pero lo más triste de todo es la indiferencia del pobre contra pobre que hoy en Argentina nos rodea. Milicos precarizados pegando a viejos cagados de hambre, que pueden ser sus viejos, El Papa Francisco diría: “Hagan lío”.
Y sí.
Esos 15 viejos, que son los “JUBILADOS INSURGENTES”, que parecen una postal de la película “Esperando la Carroza” que todos los miércoles enfrentan la crueldad más pura, terminan contagiando que nadie se salva solo, y que el único camino es la resistencia, aunque seamos minoría.

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