Mi vida en Rata
Por Zeta Alcantarilla
Cuando deje de vivir en dos tiempos horarios debería empezar a preocuparme por la muerte. Mi corazón está enganchado un poco más al sur de Madrid, pero la sombra la dejé colgada un poco más arriba de Valparaíso. No me gusta la sal ni la sal del mar, no te entregaré el poema nostálgico de los barcos partiendo del puerto o de su gente mañosa y café. Me gusta ver cómo lo destruyen o se auto aniquila. Las historias de sus ratones.
Mi hermano con rulos trabajó alguna vez en un supermercado de Avenida Argentina. Pegadito al cerro estaba infestado de animalitos que mataban con escopeta. Decían los vigilantes que parecían gatos y que rascaban las cajas para comerse los Trencito. Señor Luksic, ¿Qué hizo con sus restos? ¿Dónde los abandonó para que perdieran la carne cuando todavía olían a tierra de entrepiso y a almendras?
Pienso mucho en los ratones, pero nunca he tocado alguno que respire con normalidad. Una vez despegué del suelo el que se fue a morir en la buhardilla de la casa. Con facilidad pesaba medio kilo y el olor a podrido se sentía desde el patio. Con unas bolsas en las manos lo empujé sobre una tabla y lo colgué en la rama de un árbol para que se lo llevara el camión de la basura. No hubo ceremonia fúnebre, su fetidez no lo permitió.
Estoy frente a la puerta C46 del aeropuerto de Alicante y pienso en otro encuentro, esa vez con el diez por ciento de un ratón. Estaba perfectamente seco, perfectamente estructurado, como si todos sus órganos jugosos y sus huesitos de tiza se hubiesen convertido en una babosa para abandonarlo cruzando por las orejas o las cuencas de los ojos y después se perdieran en el jardín de parras. No lo apreté, pero su textura prometía un crujido de papa frita embolsada. De la cola lo lancé sobre una pila de maleza. Más liviano que una pestaña. Entraba el invierno y lo dejé ahí para que le pegara un poco la lluvia. Los naturalistas no lo saben, pero los ratones también se reproducen como semillas. Sino cómo me explican la cantidad de ejemplares que se tomaron la casa después de eso.
Pienso en ti tanto como pienso en ratas. Te equivocaste de salida cuando venías a dejarme al aeropuerto y por mi culpa llegaste tarde al trabajo. Quince minutos más que tendrás que recuperar, quince minutos menos de cigarro y de ese café cargado que a cualquiera le detonaría el estómago, pero que tu aguantas impertérrito, seguramente por tu sangre arábica de la que tu país reniega. Quince minutos menos de recreo en el patio invadido por esos diez gatos endogámicos que comen papel y cáscaras de piña. Cuando vuelva espero que destierres a uno para que viva en nuestra casa a ver si así ya puedo dejar de pensar en ratas.