Fútbol mixto: la muerte del rival y el transitar hacia la consideración de otros cuerpos
Por Camilo Acuña
Presiento que no voy a sorprender a nadie si comienzo esta columna acusando al fútbol moderno de machista, misógino y profundamente mercantilizado. Lamentablemente, es uno de los espacios en que más férreamente se reproducen las lógicas del patriarcado y que, al mismo tiempo, más adeptos tiene. Esto no nos debería extrañar, pues tiene una raíz popular muy profunda y muy antigua, considerando que los primeros clubes de fútbol datan del siglo XIX y que para jugarlo basta una pelota y dos arcos, o lo que la imaginación simule como arcos: polerones apilados en el piso, piedras, postes.
Justamente en este aspecto primigenio e infantil del fútbol como un juego es que, desde mi perspectiva, se basan las críticas a esta práctica. No me refiero al deporte profesional jugado por hombres ni al esfuerzo colectivo de las mujeres que luchan por profesionalizar la actividad. De ahora en adelante, cuando digo fútbol me refiero al juego mismo, a la práctica de miles que destinamos algunas horas a la semana a compartir alrededor de un balón.
Tal como dije anteriormente, las lógicas del mercado y del patriarcado permean el fútbol transformándolo en un espacio competitivo, agresivo y donde las mujeres y otras corporalidades han sido históricamente relegadas. Sin embargo, en nuestra práctica no estamos condenados a repetir la historia. Entonces, surgen las preguntas: ¿Cómo se juega? ¿Es posible pensar el fútbol como un espacio de resistencia a la violencia estructural? ¿Cómo practicamos otro fútbol? Las respuestas no son sencillas y nos obligan, al menos a los varones, a cuestionar nuestras acciones y el uso de nuestro cuerpo.
Humberto Maturana se refiere al juego como “la condición de inocencia en la acción”, es decir, un espacio donde no cabe la agresividad ni la competencia, sino el puro ánimo de jugar. En relación al fútbol, esto significa empezar por cuestionar la clásica separación de fútbol, (así, a secas), del fútbol femenino. Al contrario de lo que muchos creen, el fútbol no es un deporte de fuerza o resistencia, sino que es un juego colectivo donde la asociación y la habilidad son fundamentales, por lo que a un nivel -al menos amateur- es perfectamente posible jugar sin separación de sexos ni géneros. Esto lo quiero dejar en claro: en la cancha cabemos todes.
Luego, para practicar otro fútbol debemos empezar los varones, a modo de hacerse cargo del privilegio, por abrir el espacio de la cancha, aceptando e incorporando como un aporte a las compañeras interesadas en el “deporte rey”. Digo interesadas, porque creo que la apropiación masculina de este espacio ha causado que muchas no encontraran un lugar donde dar los primeros pases o un buen puntete, sin ánimo de excluir -en todo caso- a quienes por culpa del machismo también han quedado fuera.
En el mismo sentido, el cuestionamiento nos lleva a pensar cómo jugamos los varones el fútbol. ¿Tratamos de ganar a toda costa o seguimos una ética de juego respetuosa del rival? ¿Las pelotas divididas las buscamos sin medir consecuencias o cuidamos el cuerpo del contrario? ¿Hemos intentado dañar al otro para evitar un gol? Hasta qué punto nos tomamos en serio el llamado a cortar una jugada? Otro fútbol exige el respeto y la consideración a otros cuerpos, sin que valga distinguir quién figura como rival.