Sólo por jugar
Por Amara Cava (Premio Roberto Bolaño 2024)
Le daba vueltas alrededor todo el día, como un mariposón enamorado, lo llenaba de elogios y me veía todas las conferencias de Darío Sztajnszrajber sólo para tener tema de conversación. Alain Delon era un moco comparado al profe Marco, con su anatomía de piña, con sus ojazos negros, además de buena onda, buen mozo.
En todos los actos del liceo tocaba su cancioncita y se hacía un silencio religioso, cada oreja y cada ojo puesto sobre los encantos del profe, que además de filósofo, tocaba la guitarra y la cantaba como un ángel con sus rulitos de querubín al viento.
Todas lo amaban, pero ninguna como yo, que lo vengo amando desde primero medio, mi amor era tan verdadero como imposible: él, un hombre de bien, yo, un pendejo tonto con la alita rota que se pajea todas las noches soñando con ser su aprendiz griego y adquirir el conocimiento a través de su heterosexual esperma.
El sábado sería el cumpleaños de la Vale, le teníamos todo organizado. La previa en su casa con la torta y luego nos iríamos a la “chismoteka”. Teníamos hasta el regalo, comprado con vaca y un poco de la plata del curso: un consolador, el cual, por su puesto, se llevó para su casa el Jota, el más payaso.
Ya el viernes, el profe Marco explicaba a los Cínicos y yo, atento, alumno estrella sólo en su clase, mirando sedientamente sus movimientos de relojería, esperando a que sus luceros se posaran sobre mí. Estaba hablando sobre Diógenes: contó la anécdota del barril y de las masturbaciones públicas, no fue la Vale ese día, por lo que el Jota, haciéndose el chistoso, sacó el falo de la mochila y se lo puso entre las piernas, emulando a Diógenes. El profe lo vio y, luego del susto, al cachar que era de plástico, se rio y le preguntó de dónde lo había sacado. Ahí le contamos sobre el cumple de la Vale mientras Marco trataba de ocultar su risa, luego nos preguntó “¿Y no le van a poner una dedicatoria o algo?” Ahí nació la pregunta: ¿Qué le podríamos poner? ¿Acaso un dildo de plástico para una amiga lesbiana no es suficiente mensaje de la comicidad adolescente?
Ahí empezó el debate, al improviso un murmullo fuerte, todo el curso discutía cual sería una pertinente inscripción para el juguete sexual. Hasta que una voz quebró la algarabía, era el profe, que silenciado a todos dijo: “Mira, ponle: Porque a veces el amor es sólo un juego”. Fue unánime la aprobación.
Ahí figuraba resplandeciente, la frase que más me ha impactado en la vida, no podía dejar de mirarla, aún perfumante del alcohol del plumón azul, ahí, sobre el falo listo para empaquetar. Ahí mismo empezó mi condena. Apenas terminada la clase me acerqué “Oiga profe, que buena frase se sacó”. Gracias Fernando, es que lo pienso a veces, me dijo, musitando una sonrisa. Sentí un alargamiento de nuestra confianza, hasta ese momento nuestra relación se limitaba a intercambios de índole filosófica-intelectual, pero nunca personal. Luego de varios intercambios sutiles, logré preguntarle: “¿Y usted tiene pareja?” De nuevo rio, y pronunció: “no Fernando, no tengo”.
Desde ahí hasta octubre continuaron los intercambios cercanos. Ya no dormía por las noches, me ataviaba de canciones de amor y otras cosas, antes de dormir imaginaba nuestra vida juntos, llegué a dedicarle la discografía completa de Juan Luis Guerra y todas esos benedettismos y amadonervismos. La licenciatura era inminente. Obviamente sería una gala, y para ahorrar plata decidimos hacerla en el liceo.
Al llegar con mi humilde terno negro, su traje azul fue lo primero que vi. Inmediatamente empezó a sonar la canción “Blue Velvet” en mi cabeza. Se veía excepcionalmente hermoso, era como si las plumas de su alma se le asomaran por la espalda. Estuve con él toda esa velada, tres horas conversando sobre lo apolíneo y lo dionisíaco, sobre la autopoiesis de Maturana y sobre todas esas cosas bellas que competen al espíritu. Ya transcurrida la parafernalia correspondiente, llegó el momento de despedirse. Me acerqué: “Bueno creo que hasta aquí no más llega” En ese momento me tomó de la mano “te tengo que mostrar algo” me dijo y me llevó al estacionamiento del colegio. Mi mentón reverberaba de ansiedad, como si hubiera sabido lo que estaba por pasar.
En la oscuridad de entremedio de los autos me acarició los brazos, me fue agarrando lentamente, sólo atiné a cerrar los ojos y a imitar lo que hacían en las películas, eso que tanto había practicado con mi mano. Sus labios estaban tan calientes como los míos, su saliva tan líquida como la mía. Se me entibió la cara y las manos y otras cosas, hundí mis dedos en sus resortes superiores, respiré su perfume, sentí un pequeño y preciso mordisco que me invitaba a continuar. De mi pulso cardíaco no hablemos ¿Viste que dicen que el latido de los colibríes suena como un zumbido de lo rápido que va? el mío era como el de un colibrí con taquicardia. Bajé mis manos para buscar algo en su pantalón y ahí fue cuando me soltó, rápidamente, nos miramos y vi en su cara blanquísima el terror, mejor dicho, el error. Moví la boca sin sonido y volví a buscar su saliva, pero se movió. Se deshizo en excusas hirientes y en disculpas válidas, y se fue. No lo vi más.
Debí haberme sentido bien, había conquistado mi única meta en la vida, sin embargo, me sentí como un lolito abusado, sentí la presencia Humbert Humbert invadir a mi querido Marco, quizás hubiera sido mejor que se quedara como una fantasía, no sé. “Dale, si a veces el amor es sólo un juego” se le ocurrió decir, clavándome sus pupilas de carbón, inyectándome sus palabras en el tuétano, sin darse cuenta de que con esa frase me había condenado de por vida. Porque el juego cruel de su labia y de sus labios, de sus risas y de sus rizos, no me dejarían de asechar nunca. Me estaba condenando a vivir miserablemente en esa gota de esperanza del beso que me unció, llenándome la boca de flores y peces de cartón. No hay noche en que no lo piense, no hay mañana en que no lo invoque. Porque a pesar de todo, mi más grande anhelo es encontrármelo por la calle y que me mire de nuevo con sus pupilas abisales y que volvamos conversar tres horas sobre todas esas cuestiones que competen al espíritu. Pero no pasará nunca, porque nunca me quiso amar, porque para él fue sólo un juego. Besarme en la licenciatura, y después olvidarse, como un gato que acaricia una mariposa muerta después de haberla masacrado, así no más, sólo por jugar.