Disparar a la mirada: el caso Pablo Grillo y el ataque a la prensa en Argentina

El 12 de marzo de 2025, durante una manifestación de jubilados frente al Congreso de la Nación e Buenos Aires, Pablo Grillo fue baleado en la cabeza con un cartucho de gas lacrimógeno disparado por Gendarmería Nacional. Estaba trabajando. Cámara en mano. Registrando una protesta social. Haciendo fotoperiodismo.
Por Silvina Ojeda
El fotoperiodista Pablo Grillo fue baleado en la cabeza durante una manifestación en Buenos Aires mientras registraba una protesta de jubilados. Su caso expone la violencia estatal contra la prensa, el avance de políticas represivas en la región y el rol incómodo —pero imprescindible— del fotoperiodismo independiente frente a gobiernos que buscan controlar el relato.
Pablo Grillo sigue.
Sigue vivo. Sigue internado. Sigue en un largo proceso de rehabilitación. Y sigue siendo una herida abierta para el periodismo argentino.
El 12 de marzo de 2025, durante una manifestación de jubilados frente al Congreso de la Nación en Buenos Aires, Pablo Grillo fue baleado en la cabeza con un cartucho de gas lacrimógeno disparado por Gendarmería Nacional. Estaba trabajando. Cámara en mano. Registrando una protesta social. Haciendo fotoperiodismo.

No estaba enfrentando a nadie. No estaba provocando. Estaba mirando. Y mirar, en determinados contextos políticos, se vuelve un acto peligroso.
Días atrás, la justicia argentina resolvió avanzar en el procesamiento del gendarme Héctor Guerrero, señalado como quien efectuó el disparo que casi le cuesta la vida. Es un paso relevante, pero insuficiente. Porque la bala no se dispara sola: necesita un marco político que habilite la represión como respuesta sistemática frente a la protesta social.
Pablo Grillo se convirtió en símbolo del ataque directo a la prensa en la Argentina gobernada por Javier Milei. Un gobierno de impronta neoliberal extrema que desprecia la calle, demoniza la organización colectiva y necesita que la realidad no se vea para que su relato funcione.

Un gobierno que comunica a través de plataformas digitales, trolls y operaciones permanentes, mientras busca vaciar de legitimidad cualquier forma de registro independiente.
El fotoperiodismo molesta porque rompe el control del discurso. Porque muestra lo que ocurre cuando se reprime a jubilados, cuando se ajusta, cuando se empobrece, cuando se golpea. Porque no responde a grandes conglomerados mediáticos ni a intereses empresariales: responde a la imagen como documento, como prueba, como memoria.
Pablo Grillo no buscó convertirse en bandera. Sin embargo, lo es. En las marchas posteriores a su ataque, su nombre apareció en carteles sostenidos por jubilados. No como consigna abstracta, sino como reconocimiento. Pablo estaba ahí para que el país viera. Y ahora ellos están ahí para que Pablo no quede solo.
El fotoperiodismo independiente no es un oficio cómodo. No da dinero, no da estabilidad, no da protección. La mayoría de quienes lo ejercen en Argentina trabajan sin garantías, muchas veces sin cobrar, poniendo el cuerpo, el equipo y la salud. Y aun así continúan. Porque entendieron que el fotoperiodismo es una forma de militancia por la imagen de la verdad.
Casos como el de Pablo obligan a una pregunta incómoda dentro del propio campo periodístico: ¿vale la pena seguir?

Y la respuesta, incluso atravesada por el miedo, sigue siendo sí. Ir a cubrir una marcha es ponerte un casco, una mascara antigas, antiparras y la sensacion que te invade en el cuerpo es, desde cuando esto es normal?, por que naturalizamos que se tape la Mirada?, por que estamos tan precarizados y sin embargo hay una comunion entre camaras, algunos conocidos entre ellos otros desconocidos pero siempre atentos uno al otro, Pablo Grillo se nos hizo carne, esta vez nos multiplicaron los ojos y nos reafirmaron el cuerpo como imagen de la militancia a mostrar la verdad.
Chile conoce bien lo que significa atacar la mirada. Durante el estallido social, los disparos a los ojos dejaron cuerpos mutilados y memorias imborrables. El ojo herido se convirtió en símbolo porque no fue un exceso aislado: fue una práctica sistemática. Apuntar a la mirada es intentar borrar la verdad.
Las políticas represivas no reconocen fronteras. Circulan, se copian, se legitiman mutuamente. Lo que hoy ocurre en Argentina dialoga con lo que ya ocurrió en Chile y con lo que puede volver a ocurrir. Por eso la memoria regional importa. Porque lo que se habilita una vez, regresa.
Mientras la justicia avanza lentamente sobre el ejecutor material, la responsabilidad política permanece intacta. Patricia Bullrich, ministra de Seguridad de Argentina, es quien habilita el marco represivo, quien legitima el uso de la fuerza contra la protesta y quien convierte a la prensa en un enemigo interno. Sin esa decisión política, el disparo no existe.
Pablo Grillo sigue. Y con él persiste una verdad incómoda para los gobiernos autoritarios de nuevo tipo: la imagen que no pueden controlar es la que más temen.
Como escribió Rodolfo Walsh: “El verdadero cementerio es la memoria.”
Por eso disparan. Por eso censuran. Por eso seguimos mirando. Por Pablo Grillo, por Jose Luis Cabezas y por los ojos que callaron en el 2019 en Chile en manos de Piñeira.
