El Arrebato

Periodismo desde las Entrañas

Kast en el país del “depende”

Por Diego Verdejo Cariaga

En el Debate Archi de hoy, José Antonio Kast innovó en comunicación política: no presentó un programa, presentó un adverbio. Más que candidato, pareció ser el gerente general de una sola palabra: depende. Y claro, cuando uno no quiere hacerse cargo de nada, nada mejor que tercerizar la responsabilidad en las circunstancias.

Porque si algo quedó claro en el cara a cara con Jeannette Jara es que Kast descubrió la física cuántica aplicada a la política: hasta que uno lo observa de cerca, su posición está en todos los estados posibles a la vez. ¿Va a expulsar a cientos de miles de migrantes irregulares? En campaña, sí. En el debate, depende: ahora resulta que no los va a expulsar, sino que “los va a invitar a irse”, en una pirueta discursiva que El Mostrador ya calificó como una evidente contradicción respecto de su retórica previa. 

Lo fascinante del “depende” kastista es su versatilidad. Funciona para todo: economía, derechos humanos, migración, educación. Cuando Jara puso sobre la mesa los antecedentes de su principal asesor económico, vinculado a casos de colusión mientras diseñaba el modelo que precarizó a medio país, Kast defendió a su hombre con entusiasmo… pero siempre dejando un margen de ambigüedad, como quien dice “sí, pero no tanto, no para siempre, no en todas las circunstancias”.  

El resultado es un candidato que promete mano dura con la misma convicción con que, tres frases después, promete moderación. En migración, por ejemplo, lleva semanas hablando de expulsiones masivas, de quitar beneficios, de endurecer la nacionalidad de hijos de migrantes, montado en la ola de miedo que la derecha ha alimentado con fervor. Pero en el debate, cuando lo interpelan con cifras concretas, el maximalismo se encoge: ya no son 330 mil expulsados, son “invitaciones a retirarse”, órdenes de abandono casi amistosas. Una política migratoria basada, al parecer, en la esperanza de que la gente se sienta tan mal recibida que haga las maletas por iniciativa propia.

Lo mismo ocurre con el Estado. Kast es enemigo acérrimo de la “ideología” en las políticas públicas, salvo, por supuesto, de la suya. Quiere recortar, adelgazar, “modernizar”, pero cada vez que le preguntan por un programa específico, ocurre el milagro semántico: depende. Depende del presupuesto, depende del crecimiento, depende de la “prioridad”, depende de la letra chica que nadie ve. No es que no tenga plan, es que su plan es no decirlo en voz alta antes del 14 de diciembre.

El debate Archi tenía un formato pensado para clarificar posiciones, pero en el caso de Kast operó como un sofisticado sistema de neblina. Las radios buscaban respuestas; él ofreció condicionales. Y no es casualidad que una de las principales reacciones postelectorales haya sido, justamente, la crítica a sus múltiples “depende” como marca del encuentro.  

El problema no es solo estético o comunicacional. La indefinición calculada es, en sí misma, una forma de política. Cuando Kast dice que todo depende, lo que en realidad está diciendo es: “decidiré después, cuando usted ya no pueda retractar su voto”. Es un acto de confianza… pero al revés. En vez de que el candidato se gane la confianza del electorado mostrando con claridad lo que hará, es el electorado el que debe confiar a ciegas en que no va a hacer exactamente aquello que ha insinuado durante toda su carrera.

En materia de derechos humanos, seguridad y orden público, esta ambigüedad es especialmente inquietante. Kast construyó su figura política reivindicando sin matices el legado autoritario, cuestionando instituciones de memoria, relativizando violaciones de derechos humanos, coqueteando con soluciones de fuerza. Cuando le conviene, se presenta como el sheriff inflexible; cuando el contexto lo obliga, asoma el depende: todo será “dentro del Estado de Derecho”, “respetando la Constitución”, “sin abusos”… fórmulas tan correctas como vacías si se las separa de sus antecedentes y de la coalición política que lo sostiene.

El “depende” también opera como escudo ante la evidencia de inviabilidad de muchas de sus promesas. Cuando expertos, excancilleres y organizaciones cuestionan la factibilidad jurídica y logística de sus ideas sobre expulsiones masivas o cambios a la nacionalidad por vía exprés, la respuesta no es rectificar, sino diluir: no se trataba de una propuesta concreta, sino de una aspiración; no era un plan detallado, era una “señal”; no era un compromiso, era un horizonte.  

Lo curioso es que, mientras Kast se reserva el derecho de depender de todo, exige del resto certezas absolutas. A Jara se le exigen cifras, plazos, montos, detalles milimétricos. A él basta con creerle que, llegado el momento, va a hacer “lo correcto”, algo así como una teología del mercado político: el candidato como providencia, más allá del bien y del mal, más allá de lo que haya dicho antes.

Puede que este estilo sea eficaz electoralmente: mantener contento al núcleo duro con guiños ideológicos claros, mientras se tranquiliza al votante indeciso amortiguando las aristas más filosas bajo capas de depende. Pero desde el punto de vista democrático, es una pésima señal. Un país no se gobierna con adverbios condicionales, se gobierna con decisiones que tienen consecuencias concretas sobre vidas concretas.

Tal vez el momento más honesto de Kast en el debate fue, precisamente, cuando se le escapó la contradicción sobre las expulsiones y Jara pudo subrayar que había admitido lo que la derecha lleva años negando: que no se pueden hacer expulsiones administrativas masivas como las que promete desde los lienzos y las cuñas fáciles.  Ahí, por un instante, el “depende” dejó ver lo que realmente oculta: no prudencia, sino un enorme desfase entre el slogan y la realidad.

Al final del día, el Debate Archi terminó ofreciendo una postal bastante nítida: una candidata que, con todos sus problemas, se ve obligada a defender un programa en público, y un candidato que intenta gobernar la conversación con un comodín lingüístico. Frente a cada pregunta incómoda, Kast despliega su palabra mágica: depende. Depende de contexto, depende del público, depende de si las encuestas suben o bajan.

El 14 de diciembre, eso sí, no depende. Ese día, los chilenos y chilenas van a tomar una decisión muy concreta. Y sería bueno que, antes de marcar el voto, cada cual tenga claro algo bastante básico: cuando un candidato responde todo con “depende”, lo único seguro es que, si llega a La Moneda, la realidad va a depender de él… y no al revés.

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