La reubicación del vacío en “Nínive” de Henrietta Rose-Innes

“El techo es un árbol, el suelo es la tierra y hay bestezuelas rumoreando en las inmediaciones: un dulce hechizo“
Por Uriel González
Katya no mata. Ella libera. Su RIP—Reubicación Indolora de Plagas— no es igual a la de su padre. Ella no mata a las plagas, se encarga de guardarlas en una caja y de ahí liberarlas lejos del hogar que pidió acabar con ellas.
Para Katya, los insectos son seres que habitan en el mismo mundo de la última cadena de la especie, la odiosa, la experta en matar todo lo diferente. Ella es auxiliar. Su padre no, él las mata. Ellas las protege. Su padre se fue. Su padre no está. Y su casa pronto tampoco estará, acaban de demoler el parque frente a su casa, que a su vez funcionaba para dar cobijo a los vagabundos. Lo demolieron porque dicen que estaba abandonado, que ahí se vería lindo un edificio grande con pequeños apartamentos. Que enfrente del parque hay casas que también parecen abandonadas. Casas viejas que pueden funcionar más nuevas, menos olvidadas.
El parque tiene un hoyo en el piso, Katya lo observa y puede sentir las profundidades de esa urbe improvisada, que intenta respirar, pero su artificialidad no la deja, no, porque debajo de la modernidad están los gusanos, están los objetos que nunca pueden ser olvidados.
El abandono del parque será olvidado en poco tiempo, cuando a Katya le llegue una buena oferta de trabajo: tiene que acabar con una extraña plaga que promete devorar lo que es la construcción de uno de los complejos habitacionales más esperados de Ciudad del Cabo.
La modernidad está maldita y quiere ver a los indigentes como plaga. Katya comprende que la ausencia de una casa fija en su infancia terminará siendo la ausencia del primer territorio; sin ese no existirá el arraigo en el resto de la vida. El piso se hará abandono y todo se enchuecará. Porque la vida que habitamos ya estuvo habitada antes, basta oler los objetos, basta cerrar los ojos y sentir que eso que tocamos, hace cien años pensó en su propio olvido.
“Nínive” es una de las tantas obras de Henrietta Rose-Innes, autora ganadora del Caine Prize for African Writing, el South African PEN Literary Award y el segundo lugar de la prestigiosa BBC International Short Story Competition. Por las páginas de esta novela, Rose-Innes, a través de Katya, nos hará emancipar la grieta como una figura universal: la grieta de la casa es la grieta del cuerpo y la grieta del cuerpo es la grieta del rostro. La grieta tiene olor a familia, llenos de escapes, ahogos y necesidades. A hogueras en medio del campo, a nafta, lejía y tabaco. La grieta, nos diría Katya, es un puño.
Henrietta Rose-Innes disecciona con la paciencia de un cirujano no solo lo complejo de la vida plagaría, sino también de la vida humana, de la vida de las cosas. Porque todos somos objetos esperando ser habitados. Porque parece ser que lo interesa de la novela es esa especie de escarabajos longicornios metálicos, pero no, porque ellos nos llevaran a los cimientos del recinto “Nínive” y los cimientos a las chozas que se expanden por toda la playa y las dunas de la carretera. La plaga no será el fin, sino apenas el medio.
“Nínive” es la herida infantil como huella. Es las ganas de pertenecer al proceso gentrificador y no al sujeto gentrificado. Es la soledad de los centros comerciales. Es el olor y el sabor de la carne de ternera enlatada. Es la madre que acicala a sus hijas con saliva. Es el barrio que crece por necesidad de espacio: la radio, el niño llorando, la mamá riendo. Treinta chozas extendidas entre el mar y la carretera. Vida humana que se antepone a la modernidad arquitectónica del hombre. El barrio, que debería ser la verdadera ciudad, porque está en constante movimiento. La modernidad quiere hacernos creer que los barrios son anómalos, ellos y no las casas de ladrillo y los gigantescos edificios que terminan por desplazar a todo y a todos los que no sean de su Orden.
“Para atrapar a una bestia, uno debe mantenerse quieto, tan inerte como permaneció Katya en la cama anoche; uno debe permitir que los seres se aproximen por su cuenta.”
Casas rodantes, piscinas armables
“Nínive”, como libro, y a su vez como el complejo habitacional, infestado de plagas, como la cosa obsoleta que aún existe. Como ella existen muchas más alrededor de nosotros. Ese arenero de la infancia que está en medio de un desierto. No hay pelotas, solo arena cagada por perros. La casa rodante. El parque de la infancia, y su columpio roto. “Nínive” es un recuerdo constante, leerlo va a ser leer nuestra niñez, el cuerpo que no comprende porque los adultos se van. El cuerpo mordido, picado y mancillado por los pequeños dientes que esos habitantes que duermen debajo de la tierra.
“Nínive”, como libro, y a su vez como complejo habitacional, espera la lluvia para despertar. La plaga que la habita hace lo mismo; con la lluvia resurge, se multiplica. La lluvia es el despertador de los recuerdos, que arañan detrás de las paredes del estomago y comienzan, como siempre, a necesitarnos.
“Nínive,” como libro, y a su vez como complejo habitacional, pone a papá como el insecto al que tenemos que atrapar. A papá envejeciendo, vulnerable al tiempo, mismo que se encargará de dejar todo el lujo del complejo en un paraje olvidado, destruido, y aún así, siempre, recién habitado. Porque cuando papá es todo lo que nos queda, la canción de la plaga se apaga.
