Vínculos: el amar(se) como excusa para herir

Por Paula Borredá
Una palabra sencilla, casi inocente, como si fuera fácil de pronunciar y aún más fácil de entender. Suena bonita, suave, como un lazo que se ata sin esfuerzo. Pero en cuanto la miras un poco de cerca, descubres que encierra un misterio extraño: significa unión, y sin embargo nunca la ves, nunca la tocas. No es algo que puedas cambiar de un sitio a otro como quien reorganiza calcetines en un cajón. Los vínculos no obedecen. No se dejan controlar.
De pequeña te enseñan que algunos de ellos son sagrados, que hay cuerdas que no pueden romperse porque tienen que sostenerte, aunque pesen, aunque rocen, aunque aprieten. Te dicen que cuidarlos es obligatorio, incluso cuando duelen.
Al principio los idealizas. Son el motor del día a día, la forma de aprender a caminar con un año, a socializar con cinco, a descifrar el mundo con quince. Y sigues creciendo, aunque a mis treinta y dos aún no sé del todo qué significa “crecer” creyendo que en algún momento sabrás distinguir los vínculos sanos de los que te desangran. Pero ¿cuándo llega ese momento? ¿En qué punto exacto notas que uno ha dejado de ser necesario, que ya no te sostiene, sino que te arrastra?
Hoy solo tengo una certeza: he aprendido a reconocer, casi con precisión , qué clase de persona no me encaja, qué tipo de energía me daña. Curioso cómo lo negativo ilumina lo positivo, como si la vida a veces solo pudiera enseñarte a base de tropiezos. A golpes se caen las vendas, a golpes se detona el crecimiento. Y en ese mismo golpe se rompe algo más silencioso: la inocencia de creer que puedes poner la mano en el fuego por todo el mundo.
Siempre me he relacionado a ciegas, confiando en que lo que yo jamás haría, otros tampoco lo harían. Qué ingenua. En realidad, casi todos andan por el mundo con un propósito: protegerse. Cuidar su propio bienestar. Y cuando dejas de interesar, la cuerda se corta, sin mirar atrás. No importa cómo te quedes. Amar(se) también se ha usado como excusa para herir, como si protegerse justificara todo, incluso aquello que no entiendes.
Yo, mientras tanto, he sido de vaciarme entera. De darlo todo, de infravalorarme, de repetirme que merecía lo que dolía porque quizá yo no estaba a la altura. Nunca pensé que, tal vez, la otra persona simplemente no estaba disponible. O que era yo quien se saboteaba para confirmar un miedo antiguo: el de no ser suficiente. Y aunque suene a romance, todo esto se extiende a amistades, incluso a la propia familia.
La palabra vínculos sigue pareciéndome bonita. Me gusta cómo suena.
Pero si escuchas con atención, detrás de esa belleza siempre hay un eco: lágrimas, malestar, desconfianza. Curioso, ¿verdad?
