Crear para vivir: robarle tiempo a lo que NO nos gusta
Por Antonia Améstica Vassart

Robarle tiempo a lo que no nos gusta hacer para crear algo mayor es una forma de reivindicación de la vida.
Pessoa, parafraseando a Pompeyo decía que vivir no es necesario, que lo necesario es crear. Pero crear es difícil, y no en todos florece de la misma forma el misticismo de la raza humana. De todas maneras, quienes hemos sido bendecidos por la conciencia tenemos el deber de ocupar espacio, de crear, de hacer algo con esta vida que se nos ha regalado.
El problema surge cuando se favorece la inactividad, o peor aún, cuando se la explota. Si se apura el cocimiento puede quedar crudo, lo mismo pasa con la creación. Hay actividades que no requieren ser apuradas, pero sí encauzadas.
Una gran idea puede perderse si es que está mal dicha, como un juego aparentemente banal puede volverse una idea genial si se sabe dirigir su cauce. Para crear no es necesario ser Fernando Pessoa, sólo basta imponerse un obstáculo.
En 1961 Raymond Quenau, Georges Perec y su grupo OuLiPo (Ouvroir de Littérature Potentielle) crearon un poema compuesto por diez sonetos, cada uno con catorce versos y todos los versos combinables entre sí. Se llamó “Cien mil millones de poemas”. 100.000.000.000.000 (sí, catorce ceros) de poemas potenciales, imposibles de leer a cabalidad. Acá el dominio de la forma incide directamente en el contenido de la obra.
El estilo es equivalente a la sustancia. Así, por medio de grandes obras de este tipo, por ejemplo “La disparition” de Georges Perec (una novela escrita entera prescindiendo de la letra “e”) se nos presenta la imposición de márgenes como gatillante de la creatividad. Precisamente por su capacidad de dominar la forma de una manera magistral, se logra dominar igualmente el contenido.
El cerebro se ve obligado a crear en tiempos de crisis. Ante una barrera, es necesario usar el ingenio y la creatividad para esquivarla. Mientras más complicado sea transmitir el mensaje, mayor esfuerzo mental e ingenio será utilizado. La censura, en este sentido, es quien nos dio, en parte, la brillantez de Shakespeare, quien tuvo que invertir neuronas en montar escenarios nuevos e ingeniosísimas para transmitirnos lo que quería decirnos, sin hacerlo explícitamente. Pienso en el monólogo de Shylock en el mercader de Venecia, por ejemplo. Una planta buscará su camino llegando al sol. Por muchas que sean las dificultades, si una obra ha de nacer, encontrará su forma de ver la luz.
Abundan ejemplos de la censura como madre, en distintas medidas, de la creación. Pero también una exigencia externa demasiado rígida y por la productividad puede menguar el proceso creativo.
A la hora de crear, no hay que ver el reloj. Como mencionaba David Lynch, para poder tener una hora buena de pintura, es necesario disponer de cuatro horas de preludio. Esto podría parecer elitista, y lo es. Alguien que se ve forzado a trabajar enajenado no dispondría libremente de su tiempo para crear. Pero si el fuego de adentro quema, el humo buscará su cauce. En la película Paterson, por ejemplo, un chofer de micro ocupa todos los ratos libres que tiene para escribir poesía.
Como nos mencionaba Bertolt Brecht en la ópera de los tres centavos, o Silvio Rodríguez en “Debo partirme en dos”, el capitalismo nos hace escindirnos de nosotros mismos. De separar nuestro lado creativo y humano de nuestro lado alienado. Por eso, unirse en la creación, estar en constante atención y búsqueda creativa, significa un acto contestatario.

Poder tomarse el tiempo para hacer algo es una cosa sumamente política. En esto difiero del filósofo coreano-alemán y me acerco más al pensamiento de Javier Auyero. Hacer esperar es dominar. Quien no dispone de su tiempo, no dispone de su vida.
Los pobres no pueden darse el lujo de la holgura temporal necesaria para crear. Pero esta aparente limitación podría usarse como barrera que impulse una creatividad mayor. La barrera que supone la escasez obliga a ampliar la mente.
Ocupar el tiempo de descanso en algo más que ver reels es una forma de liberación. Ver el descanso no como una pérdida de tiempo, sino como el lugar en que se forjan inconscientemente los deseos y ambiciones más profundas. El ocio y el sueño son el útero de las ideas. Las creaciones artísticas se forjan en sueños y se gasta mucho tiempo en reunir las condiciones para que aquella ignición interior logre encontrar una cavidad por la que emerger: ya sean los dedos, la boca o cualquier instrumento para la expresión del arte.
Pero de no reunirse las condiciones ociosas suficientes, un ambiente hostil igualmente puede servir de caldo de cultivo para la poiesis. Por eso la barrera de ganarse la vida en algo que no se ama no es excusa para la inacción. Robarle tiempo a lo que no nos gusta para crear y hacer algo mayor es una forma de reivindicación de la vida.