Buenos Aires: la época del descarte
Por Silvina Ojeda, fotoperiodista argentina

Una mirada en una tarde de la capital de Argentina, donde pasan sin mirar, y alguien duerme en la calle. La imagen de un mundo que convirtió al otro en objeto y los vínculos en relaciones líquidas de usar y desechar.
Una mujer pasa.
Un hombre con su perro también.
Y alguien duerme en la calle.
Está ahí, inmóvil, al fondo de la escena, como un mueble roto en la vereda.
La ciudad no frena.
La gente no mira.
No es sólo indiferencia. Es ideología.
Una lógica que convierte todo en objeto.
El cuerpo que molesta se ignora.
El rostro que incomoda se esquiva.
El otro se vuelve desechable.

Como dice la psicóloga Violeta Bohoslavsky:
“Los vínculos se han transformado en relaciones de intercambio de mercancías. Usar y dejar. Personas tratadas como objetos de uso y de desuso. Un modelo que deshumaniza los vínculos y pone al sujeto en función de su propio placer, su propio logro, su bienestar individual”.
El otro diferente a mí se ubica en un lugar segregado, casi como un objeto a destruir:
“Un objeto se lo patea, se lo rompe, se lo escupe”.
Esta aniquilación simbólica no solo está en la calle, también ocurre en la familia, la escuela y las instituciones, donde no se logra construir vínculos humanizados y empáticos.
No hay registro del impacto que tenemos en el otro.
No importa si la palabra hiere o el silencio duele,
porque el otro ya no es humano, es un obstáculo, una molestia, un objeto a desechar.
Bohoslavsky alerta que:
“Lo vincular se volvió líquido. Ya ni siquiera se pone palabra para una despedida. Poner una palabra implicaría reconocer que el otro es humano. Y eso, hoy, parece una carga”.
El mundo neoliberal derrumbó los proyectos colectivos que sostenían lazos de solidaridad.
Ahora somos microproyectos individuales, desconectados, sin redes que sostengan, sin empatía que acompañe.
Todo es rápido, frágil, inmediato.
No me gusta, me retiro, me corro, sin explicar, sin mirar, sin sostener.
En esas mismas dos cuadras frente al Congreso, donde hace unos días se levantaban voces multitudinarias para defender derechos básicos y proyectos colectivos, hoy pasa la gente sin mirar.
Allí donde se alzó la voz por la vida y la solidaridad, ahora reina el silencio indiferente.

La persona que duerme en la calle no está sola:
convive con miles de vínculos rotos,
con miles de sujetos segregados,
con miles de escenas donde el otro dejó de importar.
Mirar ya no importa.
Hablar, menos.
Y sin embargo, algo en estas imágenes incomoda.
Quizás porque muestran lo que somos cuando decidimos no ver.
¿Hasta cuándo vamos a seguir mirando para otro lado?
¿Podremos romper esta lógica de descarte y recuperar la mirada humana?
¿Será posible reconstruir vínculos que sostengan, que duelan, que importen?
La calle no sólo revela la ausencia de techo, también desnuda la ausencia de cuidado.
Y esa ausencia es responsabilidad de todos.