Triste serenidad salvaje

Por Niño La Mierda
Conocí a una niña con los ojos más afilados y tiernos que vi jamás. Como aceitunas de Azapa. La triste serenidad salvaje de su expresión me puso el mundo patas arriba, obligado a que me planteara la mejor decisión de mi vida.
Esos ojos podían estrujarte los sesos hasta hacerlos puré en tan sólo unos segundos. Podía hacer que los huesos se me disolvieran como en un barril de ácido, tan sólo con el vaivén del movimiento de sus piernas al caminar.

Su sonrisa logró que el volcán dormido que tenía como corazón entrara en la erupción más gigantesca en sus millones de horas de vida. Y que esa lava, rojiza como los destellos de su cabello, lograra exterminar los malandrines que me atormentaban en los tenebrosos laberintos de mi existencia.
Ya no hay fantasmas, ni malandrines, o por lo menos, están por ahí escondidos, aterrorizados por la implacable mirada de sus ojos, por la incomparable dicha que siento porque esa niña sea mi compañera.