Rosa Castro: la madre que se encadenó en el Congreso de Argentina y luchó por una ley contra el grooming

Oriunda de Cipolletti, Río Negro (Patagonia), vivió de cerca lo que es el ciberacoso cuando su hija de 13 años fue contactada vía Facebook por un hombre de 35 años. El sujeto se hacía pasar por un adolescente y se mostraba desnudo pero siempre cubriendo su rostro. Un día, el acosador fue más allá y le pidió a la joven encontrarse para tener relaciones sexuales. Tras el caso, la activista fue consciente de que había un vacío legal en cuanto a los delitos informáticos y continuó reuniendo firmas para que se tratara en el Congreso. Junto a Roxana Domínguez, madre de otra víctima, atravesaron todas las instancias: la aprobación en el Senado en noviembre de 2011, las modificaciones y aprobación en Diputados en septiembre de 2013 y la sanción del proyecto original por la Cámara alta.
Por Silvina Ojeda (@ojos.de.ojeda)
Fotoperiodista argentina
RÍO NEGRO.– Rosa Castro fue una de las impulsoras de la ley de grooming en Argentina. Reunió más de dos millones de firmas para su tratamiento legislativo y se encadenó en el Congreso en Buenos Aires con otras activistas.
Oriunda de Cipolletti, Río Negro (Patagonia), vivió de cerca lo que es el ciberacoso cuando su hija de 13 años fue contactada vía Facebook por un hombre de 35 años. El sujeto se hacía pasar por un adolescente y se mostraba desnudo pero siempre cubriendo su rostro. Un día, el acosador fue más allá y le pidió a la joven encontrarse para tener relaciones sexuales, pero la chica se negó y habló con su madre.
El episodio data de junio de 2009 cuando la víctima tenía 13 años. El supuesto pibe se hacía llamar Juan Manuel, decía que tenía 14 y que era de un colegio de la zona. Bien empezaron a hablar le pidió que le habilitara la cámara web. Ahí comenzó a mostrarse. Pero el tiempo pasaba y le insistía en que hiciera lo mismo, aunque ella lo rechazaba. Finalmente, le pidió que se encontraran para tener relaciones sexuales.
Rosa pensó que era una travesura de chicos y le dijo que lo bloqueara. Naturalizó el tema hasta que después cayó en la cuenta de que podía haber otras pibas en riesgo.
Y así fue, una amiga de su hija mayor lo contactó y la historia se repitió.
“No le dijo que nos conocía y él se mostró abiertamente dejando ver su cara. La chica hizo muchas capturas de pantalla y, en diciembre, revisando las fotos me di cuenta de que el acosador era el hijo de mi jefe que me había echado en septiembre sin justificación después de once años de trabajo en su cadena de farmacias. El hijo de mi jefe la conocía desde los dos años”, contó.
Tras ello lo denunció y empezó su lucha.

Uno de los principales problemas con el que se encontró Rosa Castro, fue que en Argentina no existía la figura de grooming como tal. Fue sólo cuando se presentó como querellante en mayo que el juez se enteró de la causa, ya que hasta ese momento solo la manejaba el secretario del juzgado, quien era amigo del acusado. Se le cerraron las puertas bajo el argumento de que el grooming no existía. Tras ello, la Justicia paralizó la causa.
Pero Rosa no claudicó, se asesoró, y fue consciente de que había un vacío legal en cuanto a los delitos informáticos. Por ello, inició un juicio por exhibiciones obscenas contra el sujeto, quien finalmente en 2012 fue encontrado culpable y se le condenó a una pena de un año en suspenso. La decisión fue confirmada por el Tribunal Superior.
Aún así, Rosa continuó juntando firmas para que se tratara en el Congreso y, junto a Roxana Domínguez, madre de otra víctima, atravesaron todas las instancias: la aprobación en el Senado en noviembre de 2011, las modificaciones y aprobación en Diputados en septiembre de 2013 y la sanción del proyecto original por la Cámara alta.
Más allá de la lucha pública, Rosa seguía a la cabeza de su familia. Según contó, era complicado buscar trabajo en Cipolletti y dejaron todo para ir a otro pueblo. Perdieron dos años: ella, sin trabajo, y su hija se ausentó dos años de escuela.
La situación se complicaba cada día hasta que decidió volver a Cipolletti. Sabía que su lucha no podía hacerla desde lejos, siempre reconociendo que “al lado de otras historias” lo de su hija era “un cuento de Disney”: “Hay casos terribles que terminan en muertes o trata de personas (…) yo tengo a mi hija viva, hay otros que no”.
LA ACTIVISTA
Es temprano y hace bastante frío en Cipolletti. Termina su turno de noche, calienta su auto. Una de las puertas se abre como con una liguita y dice: “Tira, que es automática”, no paramos de cagarnos de risa. Así emprendemos el viaje por la ruta para llegar a la Escuela 285, una escuela primaria rural pasando el puente 83 de Cipolletti. Es una mañana hermosamente helada, pero llena de sol.
Ese día había trabajado toda la noche en la farmacia. Le falta un año para poder jubilarse. Con la ley de bases que aprobaron hace ya un año del Gobierno neoliberal de Javier Milei, no sabe bien qué va a pasar con su jubilación. No quiere hablar mucho del tema, pero de algo está seguro: va a poner su cuerpo como lo hizo toda su vida, un activista de los derechos de la infancia.

Ni bien llega, Rosita acomoda sus cosas y la reciben con mucho afecto la directora de la escuela y los profesores. Le proporcionan una bebida calentita y le dicen: “Tenemos todo ya organizado. Los y las pibas te están esperando con mucho entusiasmo”. Rosita termina su café y cuenta que es fanática de él, y sí que lo creo porque estaba impecable y ansiosa por encontrarse con esos pibes y pibas, trasnochada.
Todo preparado: pen drive, computadora, pasillos de la escuela llenos de pibes y pibas de tercer grado hasta sexto grado, profesores también expectantes, y se presenta ella:
“Hola, me llamo Rosa Castro y vengo a contarles una historia, la mía, como mamá y abuela que soy. A ver, ¿alguien de acá sabe lo que es el grooming?”
Empezaron a levantar las manos y a acotar; la mayoría sabía de qué se trataba, pero escuchaban a Rosita con los ojos muy abiertos y los oídos muy despiertos.
Rosita sabe llevar la dinámica para escuchar también a pibes tan jóvenes, sin que se aburran. Confesaban ellos mismos las horas que dedicaban a su celular y redes, los peligros que sentían algunos de ellos con desconocidos con los que alguna vez chatearon, y los perfiles falsos que crean para tener habilitación de usuario en algunas redes, como Instagram y TikTok.
Luego, la charla hizo que se involucraran los docentes, que también son madres y padres de adolescentes o preadolescentes, más allá de abordar el tema con sus alumnos.
Se escuchan aplausos a “Rosita”. Luego algunos se levantaron para contarle cosas. Ahí también destacó la importancia de la Educación Sexual Integral (ESI) en las escuelas, lo que hace Rosita de pura militancia a la vida para que a ningún chico o chica le pase lo mismo que ella tuvo que batallar, ya que su familia se vio totalmente rota por abusos detrás de una pantalla.

Hoy Rosa vive en Cipolletti, es madre, abuela, hija, tía, hermana y amiga de sus amigas. En su tiempo libre hizo de su vida una militancia, da charlas gratis a los pibes y pibas de las escuelas y acompaña a las familias de víctimas en procesos judiciales. También marcha por cada una de las que matan.
Es humilde, sencilla, en su casita hecha con amor por su padre donde tiene un patio lleno de plantas, una parrillita donde a veces tira una carnecita para los militantes de la vida. Su voz pausada pero fuerte, sabe de leyes de pe a pa y cada vez que entra a un juzgado se la respeta.
El silencio de su mirada siempre es ruidosa, escorpiana hasta la médula te dice las cosas sin anestesia, hábil en su vida. “Rosita” para los más cercanos quiere jubilarse para descansar, laburó la mitad de su vida, pero no creo que descanse de la militancia, porque ha hecho de eso su propia vida.