El día que no maté a mi abusador
Por: Zeta Alcantarilla
El otro día escuché a alguien decir que las películas de mujeres que matan o se vengan de sus violadores o abusadores suelen estar escritas por hombres. No recuerdo el fondo del argumento, pero me trajo a la memoria las caminatas a mi casa volviendo del colegio, de una fiesta o del trabajo. Como todas, miraba por sobre mi hombro por si se aparecía de sorpresa algún cerdo. En todo el recorrido maquinaba alternativas de escape, liberarme de cualquier mochila o bolsa que me molestara y correr por mi vida. Más de alguna vez le dije a mi papá que sería buena idea andar con un martillo en la cartera y reventarle la cabeza al gusano. Lo de las llaves entre las manos nunca me pareció muy práctico, el espacio de maniobra se me hacía reducido y el daño que le podría causar no sería muy profundo. Yo quería sacar ojos, ver la sangre correr, matarlo en el suelo a patadas: lo normal, hacerlo sufrir.
Una amiga me contó una vez que a una prima suya la agarró un tipo al bajar de un bus en Santiago. La amenazó con un cuchillo y se la llevó hasta un peladero donde quería violarla. La niña se safó haciéndose caca encima. Al tipo le dio tanto asco que la dejó ahí tirada y se fue. Ahora que lo escribo, capaz que eso le pasó a mi amiga y se inventó a la parienta por verguenza. No sé, nosotras las niñas de los noventas hacíamos esas cosas. Dicen que las cabras ahora están más empoderadas, me gustaría pensar que sí.
Pero, pero, pero… esperen un poco y acérquense los cineastas ¿Qué les parece ese guión para la próxima película de mujer violada- hashtag vendetta? Sin katana, sin AK-47: una simple y mal oliente masa digestiva.
-No, tiene que verse elegante.
-¿Qué cosa?
-La violación. Quiero decir, no fluidos, sí sudor y sangre: poético en gritos y en insultos.
Divagando sobre las formas violentas de matar a mi abusador potencial, por suerte me topaba con la puerta de mi casa y se me olvidaba. Hasta el otro día, claro.
Han pasado algunos años y sigo pensando que el martillo es y será la mejor opción. De haber tenido uno en mi mochila a los 12, me habría evitado ese mes de mear la cama y soñar cosas feas. El hombre de mis pesadillas siempre se vestía con un jeans azul y una camiseta blanca. Tenía las uñas mordidas y los dedos amarillentos. Ese día se subió al bus y se afirmó del pasamanos del asiento donde yo iba. Y aunque había puestos desocupados se quedó frente a mí y puso su miembro en mi hombro. Se balanceaba con cada movimiento del camino. Mi mamá siempre me decía que hiciera escándalo y gritara si alguien me tocaba. Pero de porfiada me quedé muda y esperé alguna mirada amiga. No llegó, pero escapé por las mías porque tenía que bajarme y no llegar tarde a la escuela. Con el martillo seguro le machacaba un par de costillas.
Con 30 lo volví a ver en otro bus de mi ciudad, la misma de los 12. Se subió a vender mierdas de costura. No lo recordaba con una voz, para mí sólo eran sus dedos amarillos y las uñas blancas con rayas como un CD después de pasarle una virutilla. Me quedé mirándolo de reojo, jamás de frente, por si en una de esas se acordaba de mí y completaba el trabajo. Terminó de recorrer el pasillo ofreciendo su mercancía y se bajó impune. Yo seguí adelante hasta mi destino. Sí, en la cabeza ideas sangrientas. ¿Qué pasará cuando me lo tope a los 40?
excelente!