El Feo: un manual para la autodestrucción con subsidio estatal
Por: Niño la Mierda
Tendría yo 16 o 17 años. Era por la tarde. Llovía. No recuerdo si hacía frío, era invierno, pero llovía mucho. Como una tarde más me dirigí a casa de un amigo, su nombre era Ramiro. Os lo presento: Ramiro fue toda la vida a mi clase, era muy muy bajito y siempre decían que era guapísimo por sus ojos verdes como dos guisantes. Era el típico niño de familia desestructurada que las madres del resto de críos temían que su hijito del alma se juntara con él. Si cualquier niño tenía que estar a las ocho en casa, a las once Rami andaba por las calles del barrio, muy bravo por aquel entonces, deambulando y maleando con gente mayor y de dudosa moral.
Con los años, y de manera bastante previsible empezó a traficar con diferentes sustancias, especialmente con marihuana. Le apasionaba todo lo que giraba en torno a ese mundo: tipos, variedades, Indica, Sativa, grinders, clipers, insecticidas, biturbos, eles, estimulantes químicos de floración, de crecimiento, la jerga, la interacción, el valor de mercado, y un largo etcétera. Era tierno ver el brillo en sus ojos cuando liaba un “porret” de su propia cosecha diciendo que era la mejor de la ciudad (aunque era un secreto a voces que la yerba era de lo más lamentable, pero a él le importaba un carajo). Parecía que amaba más el proceso de la creación que el hecho en si mismo de inhalar la hoja: siempre verde y húmeda por el ansia de cortarla antes de tiempo. ¡Alma de cántaro!. En ese camino nos dejó frases para la posteridad del barrio como “la colma que colgó el vaso”, sublime. Si hubiese sentido la misma pasión por la medicina , el derecho, el periodismo, o cualquier otra especialidad habría sido de los mejores.
Poco a poco se dio a conocer entre la gente por la particularidad de su nombre y su carácter carismático. Con esa mezcla se ganó el dudoso honor de ser un personaje natural de los peores tugurios. Y como decía, fue compañero, amigo, pero por sobre todo mi suministrador. Ramiro o “Rami” para los amigos, (o Choto, para los colegas más cabrones que solían decir que su casa olía a vómito de cabra muerta con calcetines sucios).
Insisto en que era importante para contar la historia del verdadero protagonista describir un poco a Rami.
Retomo a mi excursión bajo la lluvia.
Me dirigía hasta su casa para ver si me podía fiar 5 euros, lo que era seguro, porque de lo que me vendía me hacía uno en su casa: a él le salía medio porro gratis y de paso nos echábamos un par de partidos al Pro 6. Piqué el timbre y como de costumbre salió su madre por el balcón, Mari Isabel, que tristemente falleció tres semanas antes de contar esta historia. La mujer se asomó chillando encolerizada diciendo que Rami no estaba, siempre decía lo mismo por la cantidad de visitas no deseadas que lo frecuentaban. Pero esta vez era verdad, no estaba en casa, sino de lo normal se habría asomado por la ventana de su cuarto a los cinco segundos de que su madre boceara desde el quinto piso y el mismo abriera la puerta.. Pero esa vez no fue así, no estaba en el pueblo. No me rendí y lo llamé, y ante mi insistencia me envió con su primo, que me pasara por su casa y algo podría hacer. Me devolví al piso donde vivía con mis padres para coger el casco y las llaves de “Lolita” (la motillo heredá’ de mi hermanita) y me fui para allá. Llegué empapado, pero el ansia de fumarme algo que me evadiera de la realidad podía conmigo. La misma realidad que hoy pagaría por tener, en fin.
Piqué esta vez el timbre del llamado El Feo, así me lo citó Rami, ya solo con el nombre me aventuré a pensar que debía ser un personaje cuanto menos peculiar. Mis expectativas se quedaron muy cortas. Entré a la casa como el que entra en la casa de Pablo Escobar a pedir un poco de sal, tímido, nervioso y algo asustado. Me presenté, dije con la lengua enredada que venía de parte de Ramiro. Describo tal y como recuerdo la escena. Era un quinto o sexto piso del centro de la ciudad. En el salón había dos chicas de unos 28 o 29 años: gemelas, rubias, raquíticas y con algún tipo de enfermedad esclerótica y con cara de politoxicomanas. Una de ellas era su pareja. El Feo iba sin camiseta, habían litros de cerveza vacíos por encima de las mesas, muchísimos, y no tenían pinta de que fueran de pocos días; ceniceros hasta arriba, comida, suciedad. El ambiente estaba cargado y denso.
Se presentó muy simpático, muy amigable y hospitalario. Su imagen la puedo describir muy fácilmente con una comparación: Evaristo Páramos sin pendientes, ¡Ya está!. Quién no sepa quien es Evaristo me importa un carajo, he dicho. Me ofreció cerveza, acepté como buen invitado. Me ofreció hachís, acepté como buen invitado, y su pareja y la otra (podrían hacer las dos una peli de terror sin maquillaje, Dios me perdone) me ofrecieron una raya, primera vez que veía polvo blanco en mi corta vida. Evidentemente era un buen invitado, pero no tan gilipollas.
No fueron todos esos gestos los que se clavaron en mi memoria, sino la conversación que me regaló sobre un montón de abusos e injusticias que sufría en el trabajo. En su relato combinaba recuerdos, llantos, llantos muy tristes y una cara de psicópata capaz de rajarle el cuello a su jefe delante de sus hijos. Frases más tarde, su cara se convertiría en la de un niño feliz, ebrio, inocente y bueno. Las dos expresiones se combinaban en frames de dos segundos. Durísimo.
Aunque dije que era una conversación, en realidad fue un monólogo y yo era su único espectador que simplemente asentía y trataba de transmitirle mi empatía no verbal por si el frame del psicópata se quedaba congelao y tenía que salir huyendo. Pasadas unas dos horas, ya se había hecho tarde. Le metí sutilmente un poco de prisa para que me hiciera los cinco euros porque en mi casa ya estarían cenando. Me entregó el polen, me dio un abrazo y me invitó a que volviera cuando quisiera. Ese fue mi primer contacto con El Feo donde me quedé con lo sensación de haber conocido a la persona que hay justo antes, muy poquito antes, de lo que sería un adicto o vulgarmente un aspirante a yonki.
No volví a tener mucha relación con él en bastante tiempo. La escena más nítida que recuerdo fue una tarde que llegó con Rami al local- una cochera que arrendábamos con los amigos para reunirnos y pasar el rato- y me reconoció ( yo también fumaba lo mío y tristemente se me van a escapar muchos detalles y anécdotas por el genocidio de neuronas que realicé esos años, pero lo voy a intentar). Nos dimos un cariñoso saludo y empezamos a privar. Esa tarde fue de lo más surrealista, era un día más en el local, estábamos haciendo cuatro o cinco amigos una pequeña timba de póker desenfadada con un par de litros de cerveza.
El Feo y Rami tenían un rasgo común: eran tremendamente invasivos, pero a la vez graciosos, aunque solo para un rato. Mutilaban cualquier tipo de conversación que no estuviera en su terreno, en la que no se sintieran cómodos, con comentarios cuñadistas, o barbaridades que merecían un par de días de prisión. El Feo empezó a beber cerveza, su elixir maldito que le provocaba tantas alegrías y tantas desdichas. Con apenas litro y medio su estado cambió como si se bebiera un barril entero. Llegó un amigo suyo al local, que venía a que Rami le vendiera algo. Toni, se llamaba, otra de estas personas que jugaba en la primera división de “personajes ilustres”.
Pasadas un par de horas y todos ya medio ebrios y colocados, nos asomamos a la puerta del local para que pegara un poco el aire. El calor y el olor a pies de los calcetines de Rami era insoportable. Pasó por delante la policía, se clavaron. Toni les mantuvo la mirada perdonándoles la vida, pero cuando se alejaban les gritó alguna barbaridad de lo más auténtica y chistosa. Pararon el auto y se bajaron del coche con actitud prepotente y empezaron a discutir. Algunos de nosotros entramos corriendo al local a dejar los porros que llevábamos encima y volvimos a salir. La discusión subió de tono, El Feo se había sumado a las protestas con su frame facial de psicópata, pero está vez sin intercalar con ninguna otra expresión. Los pacos ya conocían de sobra al tal Toni y a Rami. No lo dije durante la historia pero mientras nosotros teníamos como 17 o 18 años ,ellos tendrían como 29 o 30 y un largo historial de delitos menores. Era obvio que los pacos sabían quiénes eran. No consigo recordar cual fue “la colma que colgó el vaso”, el detonante de todo, pero el altercado se puso violento. Redujeron a Toni contra el suelo mientras los demás chillábamos e insultábamos a los pacos, uno de ellos empezó a hablar por el walkie para q viniera otra patrulla. Lo metieron en el auto. El Feo al ver a su amigo detenido perdió la cabeza, se puso muy nervioso a moverse en círculos, gritando ,insultándolos y pegando golpes a los autos que estaban aparcados alrededor, señales papeleras, todo lo que tuviera al alcance. Cuando los amenazó con una botella de cerveza vacía se hicieron con él. Y aquí es donde viene lo surrealista de la anécdota. Soltaron a Toni, y detuvieron a El Feo, esposado lo metieron atrás del coche no sin este resistirse. Y ahí estaba, ahí volvió a aparecer, su cara de ternura. Recuerdo nítidamente la expresión después de “salvar” a su amigo tras el vidrio del auto segundos antes de que arrancará con su frame de niño tierno, inocente, feliz y ebrio como si nadie le pudiera quitar esa satisfacción.
Pasó el tiempo, no volví a saber nada de El Feo en muchos meses, quizás algún año. Un día recibí la noticia de que le tiraron de su casa porque no podía hacerse cargo de ella, y con la insostenibilidad de la situación, su capacidad de autodestrucción, su cabeza loca, sumado a que sus compañías eran de su misma índole, hacia presagiar un mal final de historia para él. Un día me contó Rami que algunos de los pocos familiares que estaban dispuestos a ayudarles lo convencieron para entrar de residente en “Proyecto hombre”, un centro de desintoxicación público. Estuvo una larga temporada allí y cuando salió consiguió un trabajo facilitado por el Ayuntamiento para personas que habían tenido ese tipo de problemas. Se abrió redes sociales, así es como empecé a volver a tener noticias de él. Al poquito tiempo, me di cuenta de que había cambiado una adicción por otra, pero está vez mucho más acorde con sus necesidades. Empezó a correr, a entrenar, muchísimo. Todos los fines de semana, y digo todos, subía fotos de carreras populares de todos los pueblos de alrededor donde se hiciera algún evento de este tipo. Pasaron los meses y hasta cogió cierto nivel, participando en carreras que yo mismo teniendo diez años menos y haciendo deporte a un cierto nivel no habría podido aguantar. Subía fotos con medallas, con gente que conoció de ese mundo, y siempre sonriendo. Se podía decir que era otra persona.
Una tarde, estando un par de amigos en nuestro bar de toda la vida, apareció él con Rami. Nos abrazamos, se sentó, se pidió una CocaCola y empezamos a hablar. Le pregunté por todo lo que había visto por las redes sociales durante estos meses, y definitivamente era otra persona. Su expresión estaba fija, con muchísimos más matices, más lucidez, su estados ya no sólo estaban bajo la condición de los extremos y continuaba con esos ojos de persona con un fondo noble y bueno. Me sentí orgulloso de él, orgulloso de que estuviera en mi misma mesa, sin importarme nada lo que pudiera pensar la gente alrededor, con prejuicios clasistas que clavaban en él miradas de miedo, desprecio o compasión . Esa persona que tenía enfrente de mí, valía más que muchísima otra gente que conocí en mi vida. Yo mismo no sé si hubiera sido capaz de reconducir una vida que estaba teledirigida completamente a acabar de la peor manera posible.
Pero un día me llegó la siguiente noticia, le habían sacado a la luz causas pendientes de delitos menores de hace más de cinco años, y por acumulación estaban archivados e ignoro por qué pero de un día para otro le reclamaban unas cantidades de dinero muy grandes o entrar preso durante un par de años. Esta noticia me sobrecogió el corazón, porque sabía que iba acompañada de una consecuencia. Y en efecto, así fue. Unas semanas más tarde, entré al bar y allí estaba sentado con uno de mis mejores amigos y un par más, ebrio, con los ojos vidriosos y enfadado. A algunos de mis amigos siempre les ha parecido como un mono de feria, un personaje del que reírse, o un borracho más. Pero mi experiencia hizo que viera mucho más a través de él, siempre me atrajeron esas personas, la marginalidad, la libertad de esas vidas, sus cadenas más gruesas que cualquiera, sus contradicciones. Hablé un poquito con él, y fue como volver años atrás a aquella tarde lluviosa donde le conocí. Todo el trabajo que hizo, todo el esfuerzo, se lo derribaron de un plumazo por algo que hacía mucho tiempo que pasó. La persona que iba a pagar las consecuencias de sus actos no era la misma persona que los hizo, y la estaban hundiendo en su propia desgracia. No era justo. Como tantos y tantos casos que habrá.
Salí de allí con una sensación de mierda, de rabia, triste y enojado, como si perdiera la poquita fe que me quedaba de un sistema tan implacable e insensible. A día de hoy no sé ciertamente como está y que pasó, creo que se declaró insolvente, perdió el trabajo y recayó. Mientras tanto, de vez en cuando solo me llega alguna pequeña noticia de que el El Feo la ha vuelto a “liar”.