El Arrebato

Periodismo desde las Entrañas

“Una cultura de la violación a la francesa”: el juicio a Dominique Pélicot en el “país que inventó el amor”

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LP/Valentin Pasquier

Por Jimena Améstica

Conocido el proceso en contra de un ex empleado francés de 73 años que drogó por una década a su esposa para permitir que al menos 83 hombres la violaran, analizamos los conceptos que han salido al espacio público revisando el libro de la autora nacida en Lyon, Valérie Rey-Robert: “Vivimos en una sociedad, donde sin embargo, estamos convencidos de que las mujeres pasan el tiempo tocando las puertas de la comisaría inventando violaciones para acumular ahorros para su vejez”, escribió.

La prensa del mundo ha cubierto de forma masiva el inicio del juicio en la justicia francesa contra Dominique Pélicot, un exempleado de la compañía de electricidad EDF de 73 años a quien se le imputa haber drogado con somníferos y ansiolíticos a su esposa Giséle Pélicot, y permitido que la violaran durante una década al menos 83 hombres de entre 26 y 74 años.

En el proceso la Fiscalía ha formalizado cargos en contra de 51 sujetos, de los que 18 se encuentran en prisión preventiva incluido el marido de la víctima. La mujer- quien descubrió lo que había ocurrido en 2020- decidió hacer público su rostro y las declaraciones ante tribunales argumentando que lo vivido debe servir “a una causa más grande” para “que ninguna mujer vuelva a sufrir una sumisión química (…) esos hombres pudieron usar mi cuerpo inconsciente, ahora que enfrenten la realidad”.

Debido a las restricciones del sistema en Francia los rostros de los implicados en un juicio solo pueden ser mostrados de forma pública con su anterior consentimiento o al finalizar el proceso. Por ello, hasta ahora solo se conocen los nombres de los acusados y no sus rostros, salvo la imagen de archivo de Dominique Pélicot.

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NO – HOMBRE: EL “MONSTRUO”

Los relatos de los medios para describir las acciones de los imputados no sorprenden en cuanto a la cobertura de este tipo de crímenes, enmarcándolos en calificaciones de un “hecho monstruoso” o de “uno de los casos más atroces de agresión sexual”, escribiría El País de España. En la misma línea El Mundo hablaba de los relatos de la víctima como “su historia de amor y de horror”, y Huffington Post aseguraba que la “mujer está dando un ejemplo de dignidad y tenacidad”, marcando un diferencia moral con aquellas víctimas que deciden llevar un proceso distinto sin público.

Para mirar de cerca estas configuraciones discursivas proponemos revisar el trabajo de Valérie Rey-Robert, autora de “Una cultura de la violación a la francesa”.

En 2019 la escritora reflexionó con el medio CTXT sobre su libro y habló sobre el movimiento “Balance ton porc” (Denuncia a tu cerdo), un simil francés del #MeToo iniciado en 2017. Al respecto, aseguró que “las mujeres que denunciaron abusos sexuales fueron comparadas con los franceses que delataron a judíos durante la Segunda Guerra Mundial. Estas críticas se produjeron en varias ocasiones. Con ellas se insinuó que denunciar las violencias sexuales nos convierte en traidoras a la nación. Para algunos, criticar la cultura de la violación resulta sinónimo de atacar la cultura francesa”.

En su trabajo profundizó al respecto llegando a la conclusión de que en Francia “cada vez que se plantea la cuestión de la violencia sexual en el debate público, se expresa la misma desgana. (…) con un término bien elegido y cierta hipocresía, evocamos el amor francés en términos de galantería, cortesía o libertinaje. Alabamos nuestras tradiciones, la atención prestada a las mujeres y la sofisticación de nuestros juegos de seducción. Detrás de este encantador vocabulario, la realidad es mucho menos glamorosa“.

Según los datos recabados por Rey-Robert, cada año medio millón de mujeres adultas son víctimas de violencia sexual de todo tipo en el área metropolitana de Francia. “Hemos construido la imagen de un violador que sería necesariamente un psicópata, feo y falso, necesariamente enfermo.
monstruo mental o de cuento de hadas. La realidad evidentemente no se corresponde con esto. Los violadores son hombres corrientes; nuestros padres, nuestros primos, nuestros hermanos, nuestros colegas o nuestros maridos“.

Asimismo, apunta que en el país “somos básicamente muy tolerantes con la violencia sexual, ya que, en todos los casos, siempre encontraremos disculpas para los violadores y siempre responsabilidades hacia las víctimas independientemente de la gravedad de la violación”.

Incluso, ejemplificaba que en los recientes manuales franceses de educación sexual “la vagina aparece abierta, abierta. Recordemos que el sexo heterosexual siempre se presenta como la penetración de una vagina por un pene y nunca como el cerco de un pene por la vagina, lo que nos daría una visión completamente diferente. Así, la vagina es vista como un ‘receptáculo acogedor, cálido y húmedo, que encierra suavemente el pene masculino’, un ‘agujero’. El acto sexual se describe como una acción del hombre; ‘penetra’, hace ‘movimientos de ida y vuelta’. La mujer aparece pasiva, sufriendo el acto, lo que necesariamente influye en nuestras representaciones sobre este tema”.

“EL PAÍS QUE INVENTÓ EL AMOR”

Sobre los discursos de las personas y del poder en torno a la violación, la escritora plantea que la imagen misma desde agresor, la que se construye a nivel mental no la del “deforme o enfermo (…) él tiene
un trabajo, aficiones similares a las nuestras. Se inserta en la empresa, tiene esposa e hijos (…) se parece a nosotros, podría ser un colega, un amigo o nosotros mismos”.

Negar dichas características son parte de la “cultura de la violación”, comenta, al buscar “explicaciones a este crimen”, añade Rey-Robert, comentando que son “explicaciones en carácter masculino, explicaciones en la actitud de las víctimas. Explicaciones que, casi invariablemente, excusarán al culpable y harán sentir culpable a la víctima”.

Y en esta línea, acusa que en Francia “vivimos en una sociedad, donde sin embargo, estamos convencidos de que las mujeres pasan el tiempo tocando las puertas de la comisaría inventando violaciones para acumular ahorros para su vejez“.

“Por eso hablaré de ‘cultura francesa de la violación'”, añade, precisando que se trata de un “término que resultará más chocante, porque muchos no aceptarán que exista una especificidad francesa (…) en el país que inventó el amor. La lucha contra la violencia sexual es posible si acordamos revisar un poco nuestras ideas preconcebidas sobre el violación. Probemos juntos”.

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